í n d i c e  d e l  n ú m e r o


Otoño II (Ariadna desde el acantilado)
por Pedro Díaz Del Castillo

 

Viene Ariadna de la mano de Teseo. Sonríe. Sabe que aunque el verano torna a su fin, las parras rebosan de uva negra y azúcar. Pronto el sol tendrá prisa y no podrá demorarse mirando el sereno rostro de Teseo sin sentir un leve escalofrío. En un momento, la felicidad y el desasosiego yacerán uno al lado del otro, y ni esos últimos rayos de oro intenso conseguirán que su corazón se encienda y arroje el calor suficiente que haga más leve el invierno y mitigue el abandono.

Ariadna camina junto a Teseo y le pide se detengan junto a aquella roca al borde del acantilado donde sentir el tibio atardecer limpio de nubes y esperanza. Desde allí, contempla la nave que les trajo a Naxos, la nave que el agitado sueño de la tarde ha mostrado lejana mientras ella dormía inquieta. Teseo desconoce la derrota y el desamor. Sabe que aquella nave le llevará lejos de Ariadna a la que siente ahora a su lado mientras el sol se oculta tras el mar, mientras la hoja de la daga que Ariadna ocultaba bajo la túnica se desliza por su garganta, mientras su vida escapa aún más rápido que este verano tras el horizonte.

Octubre de 2010

 

 

© Pedro Díaz Del Castillo

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