EL LABERINTO A R I A D N A - R C . c om c r e a c i ó n l i t e r a r i a [número ventiuno edicion
otoño 2003]
|
La alquimia se alimenta de pasiones
La alquimia se alimenta de pasiones. Eternos coetáneos de la más secreta
hora, Temen a la certeza Son las llaves del sol y de las sombras. Dioses desprovistos de cielo Surcan por un reloj extendido ¿Qué otra esencia nutre a los poetas?
|
© ADRÍAN GARCÍA BASSETTI: |
El amor se declara culpable (Selección)
PAÍS VASCO
La estación de San Sebastián se despoja
de sus únicos pasajeros, La noche cae como el vestido que lleva puesto A una hora cualquiera de este verano La nada silenciosa se adueña del país
Vasco, Un aeropuerto que no sabe de geografía EL IDIOMA DE LA MAÑANA
Por un descuido de Dios Quizás no tenga importancia Amanece, el ruido de los tranvías A dos metros de la esquina No porta credencial alguna, Esta noticia no será titular en ningún diario de mañana.
|
© PABLO CASSI |
Niño Bandera
Ese niño Luján 2003 |
© Gabriel Impaglione 2003 |
Elegía a un vaso de Mini
Yo te encontré en el supermercado Sabor plastificado del recuerdo Jugué al penúltimo con los amigos Hoy estás en repisa destronado
|
© Miguel de Asén |
Aproximación al silencio 1 Extravié las palabras. ¿Para qué
2 Hay instantes que tiemblas 3 No se extingue la luz aunque el silencio 4 Hay una distancia enorme, 5 Es la hora última la que nos llama
|
© JUAN PLANA BENNÁSAR En la actualidad dirige la Revista Puertas Abiertas desde su página Web http://lawebdefelix.iespana.es y nos cuenta tus intimidades desde su bitácora LA TELARAÑA http://jplanas.blogspot.com |
La víspera. Nochevieja de
1958 A Carlos Victoria Olivera Los bordes blandos, redondos, de los dedos forjados
por el agua Todo indica que esta será la última noche en que todos nos amemos.
|
© DAVID LAGO. |
Selección La ventanilla no deja lugar para la duda: Miro nuevamente por la ventanilla A Citlali No importa no haber tenido nada ayer, lo terrible sería
no tener nada hoy Ayer tenía una escuela Hoy cuento con esta ciudad Hoy tengo en una tarde
Aquí nadie me conoce.
|
© JAIME CORONA nació en 1974 en
la ciudad de México y estudió en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Su poesía, que muestra un lenguaje directo,
sin ánimos por los tonos altos, es portadora asimismo de cierto
pesimismo que se relaciona con la crítica al medio que lo rodea.
Desde hace dos años forma parte del taller literario que imparte
el escritor cubano Félix Luis Viera en el Centro Cultural José
Martí, en México, Distrito Federal. |
Selección REVELACIONES En el lecho vacío de Dios
RECUERDOS DEL FUTURO Mi hermana me despertó muy temprano LA ÚLTIMA CENA Y el gusano mordió mi cuerpo Mientras esto ocurría Pero una vez acabado el banquete Y el último en quedar de pie
|
© MARIO MELÉNDEZ (Linares, 1971). Estudió Periodismo en la Universidad La República de Santiago. Entre sus libros destacan: "Autocultura y Juicio" (con prólogo del Premio Nacional de Literatura, Roque Esteban Scarpa), "Apuntes Para una Leyenda" y "Vuelo Subterráneo". En 1993 obtiene el Premio Municipal de Literatura en Linares. Sus poemas han sido incluidos en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías nacionales y extranjeras. Ha sido invitado ha numerosos encuentros literarios entre los que destacan el Primer y Segundo Encuentro de Escritores Latinoamericanos, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), Santiago, 2001 y 2002, y el Primer Encuentro Internacional de Amnistía y Solidaridad con el Pueblo, Roma, Italia, 2003, donde es nombrado Miembro de Honor de la Academia de Artes y Letras de Roma. Además dirige, durante dos años, un taller literario en la Cárcel de Talca que dio origen al libro "Los Rostros del Olvido" (dos volúmenes) donde se reúne el trabajo poético de los internos. Actualmente es Presidente de la Sech, en la región del Maule.
|
Selección He leído tantos hermosos poemas de amor
Debajo de la hiedra está la hiedra.
sueño con encontrar, como si fuera
|
© GONZALO ESCARPA (Madrid, 1977)
|
Selección DESEO Buscando entre las redes de internet, Soñando en lejanías de un espacio Yo espero reencontrarte con achaques Yo te espero detrás de mi PC, LAS CUATRO SILVAS Tengo el escritorio lleno de pestañas El trance me atosiga y durante toda la semana Porque ya he empezado varias veces "Tengo dentro de mí Esto es impúdico y obsceno "Tengo dentro de mí Ella quiere brotar No soy capaz de volver a mirarme en el espejo, "Por eso necesito, y que te llegarán
DESAMOR Miro el agua en tu vaso: La rutina nos tiene unidos, vive ¿Qué ha sido de nosotros? Estás mirando el agua de mi vaso. TANKAS Cantan los grillos Bajo el lejano En el silencio
|
© CARMELA ESCOHOTADO IBOR
|
Elegía Humilde
Para Juan Córcoles (1953 - 2003) Mi amigo Juan, Hace poco. Muy
poco: Y llevo haciéndole un soneto desde entonces
Sé muy bien de qué va, que en el primer cuarteto irá su vida, pero no puedo, No sé qué pasa, no sé porqué
no rompe Mi amigo Juan se ha muerto
septiembre de 2003.
|
© JESÚS URCELOY (Madrid, 1964).
|
Soneto al frecor de una fuente
Recuerdo aquella tarde por las calles de Roma Cogidos de la mano vagamos como niños Cansados del paseo tus quietos pies descalzos Recorrían tu espalda atrayéndote
a mí.
|
© Eusebio Niño Ráez |
La tarde nos observa
Estoy mirando el agua de tu vaso
|
© José Antonio Elías |
BERNARDO: ¿Qué ocurriría
si un misil nuclear explosionase en el centro de una gran ciudad?
|
© Manuel Lasso |
Venancio Cienfuegos nunca había
estado más harto. Era tan torrencial la lluvia de spams que llegaba
a su buzón que ya no sabía lo que hacer. Y lo malo es
que todos los mensajes vapuleaban sin piedad su amor propio. Que si
alargue su pene, tome viagra, busque pareja. ¿De dónde
habían sacado aquellos publicistas majaderos que él la
tenía corta o pequeña? ¿Cómo podían
haber adivinado por la vía informática que rara vez se
comía un rosco y cuando lo hacía era tan rápido
que aquello no se podía calificar ni de precoz? ¿Cómo
diantre se habrían enterado de que estaba soltero y buscaba pareja?
La lluvia de mensajes era meteórica y todos le hurgaban en la
herida como un dedo en un ojo. Cada vez que encendía el ordenador
y descargaba el buzón, su ego masculino se venía completamente
abajo y quedaba tan exánime que era incapaz de restaurarlo ni
aún acudiendo a las más excitantes Web porno.
|
© Fernando Luis Pérez Poza |
Laura
Habían pasado tantos días para su madre que, cuando abrió la puerta de su casa para dejar entrar al chico que le traía cada mañana la compra del supermercado, casi se desmaya al comprobar que quien estaba al otro lado de la puerta era su hija Laura. Con la cara golpeada. La ropa sucia y muerta de frío. Tiritando. Sintió que iba a echarse a llorar pero consiguió evitarlo y avisó a su marido con un grito: "Luis, la niña". Y la niña cayó de bruces sobre el parqué de la entrada a la casa vencida por el sueño, el cansancio y la fiebre. A la mañana siguiente, como le venía sucediendo en los últimos días, no sabía dónde estaba. Intentó levantarse pero no podía. Estaba asustada porque parecía reconocer todo lo que le rodeaba pero no conseguía acordarse de nada. Al poco tiempo entró una mujer. Era su madre. Le traía una manzanilla y unas galletas, pero Laura no tenía hambre. Lo rechazó todo con un gesto y tuvo la intención de seguir durmiendo. Antes consiguió decir algo: "Mamá". Tras
lo cual la madre se acercó corriendo a la cama de su hija y le
acarició los cabellos, susurrando Tras lo cual, Laura pareció sonreir, relajó todo el cuerpo y se acurrucó de lado mientras su madre le colocaba bien la manta y abandonaba el cuarto mirando la esquina donde estaban acumulados todos los peluches y los juguetes que le habían ido comprando prácticamente hasta que cumplió los 18 años. La fiebre fue remitiendo y, poco a poco, Laura iba pasando más tiempo levantada que en la cama. Se sentaba delante de la televisión y no decía demasiado. En cualquier caso parecía estar mucho mejor y ya se acostumbraba a las cosas que solía hacer antes de escaparse de casa: a las infusiones, a jugar con su perro Ramón que iba todas las noches a dormir con ella, a acurrucarse a su lado para no pasar frío, incluso volvió a dibujar. Cosas sencillas, es cierto, pero volvió a dibujar. Sus padres preferían no sacar el tema. La niña todavía no recordaba muchas cosas, y nunca les contestaba cuando intentaban buscar razones a su huída. Por supuesto que querrían saber todo: por qué se fue, por qué tardó tanto tiempo en dar señales de vida, incluso por qué volvió y, claro está, quién la dejó en ese estado. Sin embargo preferían callar de momento. Callar y cuidarla. Lo importante no es que recordara, sino que lo olvidara todo cuanto antes y volviera a ser la joven estudiante de bellas artes que había sido hasta hace un mes. La primera vez que Laura Rodríguez salió a la calle lo hizo con su madre y parecía aterrorizada. El doctor la tenía bajo un tratamiento muy fuerte y se mareaba a menudo. Le costaba mucho andar, parecía haber perdido la costumbre. Consiguieron dar juntas una vuelta a toda la manzana y, cuando se sentaron en el banco que quedaba justo enfrente de la panadería, le dijo a su madre: "Gracias por todo. No volverá a pasar. Lo siento mucho". Y por primera vez desde que volvió a casa, Laura se echó a llorar mientras su madre la abrazaba y le secaba las lágrimas. Cuando volvieron a casa, el padre ya no estaba. Se había marchado a jugar a las cartas. Sobre la mesa había un mensaje: "Ha llamado Carlos". Laura volvió a echarse a llorar. Carlos cuelga el teléfono y se vuelve al sofa-cama donde está viendo un partido de fútbol. Recuerda su cara. La cara de esa chica que llora. No puede quitársela de su cabeza. Él estaba en el autobús y la chica tiritaba y lloraba. Tenía marcas en la cara. Alguien le había pegado. La gente miraba sin querer verla. Se acercó. La chica se llamaba Laura. Tenía hambre. Estaba sola y tenía hambre. Se bajaron en la siguiente parada, le preguntó: "¿de dónde eres?", pero ella no quiso decir nada. Tiritaba. Compró algo de comer en una hamburguesería y se lo dio. Empezó a comer ansiosa pero de pronto lo vomitó todo. " Te voy a llevar a un hospital, Laura" le dijo él, pero ella se negaba. Carlos recuerda que no sabía qué hacer. Al cabo de un rato de estar sentados en un banco en medio de la calle, ella le dijo: "llévame a casa" y sacó de una cartera vieja una tarjeta de visita: "Doctor Luis Rodríguez. Doctor Esquerdo 17 3º C. Tfno. 91 365 91 45". Cogieron un taxi. El le apretaba la mano y le hablaba para que no se durmiera. Le hablaba de él: "me llamo Carlos, tengo 25 años, trabajo en el aeropuerto. Un día vendrás a verme y miraremos juntos los aviones despegar". Llegaron a la calle, la puerta estaba abierta. La cogió en brazos y la dejó en la puerta de su casa. Guardó la tarjeta de visita, llamó al timbre y prefirió marcharse. No quería dar más explicaciones. Laura, que no había dicho nada en todo el trayecto, se volvió y le dijo: "adiós Carlos". Una señora mayor, de unos 60 años, abrió entonces la puerta. Parecía que se iba a echar a llorar. Carlos se acuerda de ella cada día, pero hasta hoy no se había atrevido a llamar. De algún modo se sentía culpable de que a la chica le pudiera haber pasado algo. Lo más sensato, en aquel estado, hubiera sido llevarla al hospital. Tenía miedo de que al llamar a ese teléfono respondiera la señora mayor, que le dijera que Laura había muerto o que estaba muy grave. Tenía miedo de que se lo cogiera Laura, volver a hablar con ella, quizás que no le recordara. Pero ahora estaba decidido a seguir intentándolo. Durante cinco días llamó pero no consiguió hablar con ella. Siempre aparecía esa voz que le decía que no estaba y que le dejaría el mensaje. Pensó en ir a verla, imaginaba pasear con ella por la calle, que le contara todo lo que había pasado, cómo había llegado a esa situación. Pese a los golpes era una chica tan guapa. Imaginó el momento en el que se volvieran a encontrar y los días que seguirían a ese momento: los dos tumbados en los jardines frente al Palacio Real, sentados bajo un árbol mientras él acariciaba su pelo y ella recostaba la cabeza en su pecho. A las dos semanas de que Laura hubiera vuelto a casa, el teléfono volvió a sonar más o menos a la misma hora. Esta vez Laura le dijo a su padre que ella lo cogería. Se acercó firmemente y dijo: "¿Sí?" |
© GUILLERMO ORTÍZ: Encargado de la sección "El temazo" en la página web "Notodo.com" (2003-...) Responsable de minutaje en la empresa Sofrés ( medición de audiencias) (abr.2003-...) Agente de reservas trilingüe (español-inglés-francés) en la cadena hotelera Sol Meliá (ago.2002- feb.2003) Profesor de inglés, informática y letras en la academia Sylvan (feb.2002-ago.2002) Profesor de Geografía e Historia en el colegio bilingüe Willoughby College (sep.2000-jun.2001) Redactor bilingüe de noticias en la empresa Miguélez Sports para los portales de Internet Dailysoccer.com y Futboldiario.com (sep.2000-mar.2001)Responsable de personal y contenidos para la empresa Daiily Sports NV, sita en Haarlem ( Holanda) (mar.2001-jun.2001) Colaborador free-lance para el periódico "El Mundo" (2001) |
La ideología existe
Cualquier idea originariamente fue mito -por ejemplo fue mito la primera idea de "Se puede llegar a la Luna", "Todos nacemos iguales en derechos" o de "La mujer puede participar en la política"-; progresivamente -algo progresa porque va en función de la consecución de una idea sobre el contexto de lo real- la idea puede convertirse en causa no solamente individual, sino social, es decir en una ideología. Por tanto toda ideología existe, y necesariamente con un origen de idea, de imaginación, de invención, de mito provocado por un trans- fondo de experiencia o cultura. ¡Ah!, pero no cualquier idea tiene el éxito espe- rado; sencillamente porque le contraviene lo factible racionalmente en cuanto a lo realizable de acuerdo con las leyes físicas de la Naturaleza. Una vez que un grupo social o una sociedad sigue una ideología la fundamenta en principios y estos principios son morales, en su esencia. Téngase en cuenta que todos nuestros principios son morales porque inciden sobre el comportamiento individual o social, ya sea la libertad, la belleza, etc. Por tanto rigen sobre todo lo que el ser humano hace, porque le enseñan el modo de actuar, el modo de orientarse socialmente. Sí, lo que ocurre es que un principio o valor puede ser manipulado por algún poder fáctico como lo ha hecho la Iglesia, el poder político o el poder económico; así, no es el principio lo que verdaderamente falla, sino una deslealtad, una falta de confianza en él. A pesar de todo, los principios o valores existirán porque se han educado durante milenios, porque forman parte de la naturaleza humana, porque nos han hecho. Aunque pasemos ahora una crisis de confianza en nosotros mismos, por muchas confusiones, por una soberbia económico-intelectual-pasota de derribar toda ideología, ahí están ellos en el subconsciente colectivo. De veras creo que el ser humano es ahora terriblemente soberbio: nunca ha tenido más y mejores medios para conseguir sus ideales. Pero está confuso. Los supuestamente mejores filósofos del mundo se ponen a preguntarse sobre qué es la libertad en vez de creer de seguido en ella como lo han hecho miles de millones de seres humanos que nos han precedido. No importa tanto apuntalar la definición de libertad, sino saber -como se ha sabido- lo que no es: esclavismo, opresión de pueblos, manipulación de toda la economía, negación de culturas, negación de ideologías, negación de libertad de expresión, desproteger a los débiles, maltratar a la mujer, etc. Pienso que el ser humano debe corregir sus errores, transferir dignamente sus principios, evolucionar. Así, salir de estos problemas es más libertad, o más progreso de libertad, pero sin fin; como sin fin es el camino del amor, de la esperanza o de cualquier ideal. "Esto no se puede definir" he escuchado a un pensador de un concepto subjetivo. Si lo hubiese escuchado Platón le hubiera seguro tirado de las orejas. Inténtelo y luche por lo que ha definido. También lo que ha propiciado la confusión es la idolatría de lo fácil que exonera de cualquier compromiso o incomodidad, por odio a lo que es ingenioso o revolucionario -se cree, difundido por la religión y el poder dominante, que es perjudicial, cuando es lo que nos hizo y lo que nos guió-. Ahora ya no bastan las ideas geniales o la lucidez del sabio, sino tener una fuerte compañía comercial detrás, tener simpatía y fotogenia para la hipócrita oratoria; sino el juego sucio de la manipulación de los medios de comunicación que pinta de inteligente al tonto, de sensato al charlatán o al gazmoño que siempre suele tener muchas influencias y, sobre todo, ha lamido muchos culos rezando a Dios al mismo tiempo. Y lo primero que hacen para rebatir es acusar al otro de grosero; por supuesto, Colón, Galileo fueron "groseros" porque rompieron con la armonía "divina" o con la cortesía cruel y regresiva de la ignorancia. Toda innovación siempre es algo "grosera", pero con virtuosidad de fondo. En mi caso, sólo me siento realizado en un uno por ciento, ningún proyecto mío ha sido permitido; vale lo necio siempre que huela a mediación de los poderes fácticos. Un amigo argentino me dice: "¿Cómo pueden mejorarse las cosas si, los que intentan mejorarlas, son pisoteados?". Lamentablemente es el negocio, pero ¿hasta cuándo? |
© JOSÉ REPISO MOYANO |
Sueño americano
Luego del primer trago, los demás ya no le provocaron ese ardor como de piedras con muchas aristas que bajaban recorriendo a gran velocidad su garganta. Por el contrario, sentía que las piedras eran cada vez mas redondas, más pequeñas y más suaves, o al menos tan suaves como puede llegar a ser algo tan duro. No era la primera vez que bebía, pero sí la primera que lo hacía con la intención de embriagarse. Estaba mas que enterado de los efectos devastadores que el licor causaba en su organismo y en su estado de ánimo; pero veía en aquello la oportunidad de perder su estado consciente sin recurrir al sueño. La taberna donde estaba no la había elegido al azar, llevaba varios años pasando por allí cuatro veces al día mientras se desplazaba de su casa al trabajo y viceversa. Siempre le había parecido un sitio frío donde iban los vecinos a tratar de llenar sus vacías vidas, por lo tanto no había reparado mucho en la gran puerta azul cuya madera evidenciaba ya el deterioro normal de los años, y la docena de manos de pintura que sobre ella habían aplicado. La manija de la puerta era de un color cobrizo, que en nada beneficiaba la estética de la puerta, pero que al parecer hacía juego con el color de cabello del tabernero. Sobre el mostrador y aunque las grandes manos del tabernero se esforzaban por limpiar, estaban los redondeles que dejan los vasos mojados al solo contacto con el vidrio puesto sobre la mesa. La presencia del vidrio no solo se limitaba a mantener la madera del mostrador seca y facilitar la permanente labor de las grandes manos, sino que el sonido que surgía al poner sobre el vidrio los vasos ya vacíos de licor, simulaba un brindis tardío en soledad. Las manchas de los vasos formaban entre sí distintas figuras, por ejemplo aquella donde estaba el vecino con cara de envidioso, parecían los anillos de los juegos olímpicos; mientras que la que formaba él con su copa siempre llena era estudiadamente un solo círculo perfecto, intencionalmente le gustaba que cada cosa estuviera en su lugar y el sitio elegido para colocar la copa no iba a ser la excepción. Ver los círculos dejados y el reflejo de la puerta sobre el vidrio del mostrador lo había distraído un poco de su gran preocupación. Llevaba semanas sin dormir, y aunque se repetía dos y tres mil veces que no era su culpa, un resquicio de su mente le indicaba que el gran peso con el que cargaba, era producto de su ahora mala decisión. Conocía cada rendija del techo de su casa, cada sonido repetido a lo largo de la noche, podía describir con lujo de detalles las ondas causadas por el viento en las cortinas de su alcoba durante las extensas noches de insomnio. Observar minuciosamente las pequeñas cosas y sus variaciones se le había hecho normal, por eso ahora que intentaba recontar el número de vigas en el techo de la taberna entre la puerta de entrada y las cortinas tras las que se ocultaba el orinal, le parecía cosa fácil, incluso después de cuatro tragos dobles seguidos. La salida abrupta de alguien que levantó violentamente la cortina del orinal, le distrajo del objetivo, pero regresó con su mirada a la viga donde estaba instalado un amarillento bombillo y recomenzó: Dieciocho, diecinueve... cuando llegó al final de la cuenta, se sorprendió al no coincidir el número con el resultado final. ¿33? Me faltó una viga, caramba, empecemos de nuevo. Empezar de nuevo, como si pudiera recomenzar y olvidar como empezaron las cosas. Una vez empezado no había forma de regresar; y recordó que su falta de sueño comenzó precisamente con uno. El más famoso tal vez, o al menos en su país; el más comentado: El sueño americano. Su idea no era llegar a ser americano, pues ya lo era, su idea era ir a Estados Unidos, establecerse allí por unos años y trabajar hasta lograr un capital que le permitiera regresar a su país a disfrutarlo (al país y al dinero, por supuesto. No quería irse como tantos que viajaban con visa de turista (o sin ella): con la idea fija de quedarse en una larga temporada y no precisamente de vacaciones. Su idea era mas elaborada, aunque no mucho, lo primero era entonces aprender el idioma. Se matriculó en una prestigiosa academia y se esforzó cuanto pudo. Aquí comenzaría entonces su martirio. Otro de sus pasatiempos en las noches insomnes, era tomar una palabra y descomponerla hasta volverla difusa: soñar, sueño, sonoro, año, dueño, saña... Dream, Ice cream, team, jean. Sus pasatiempos eran ya tan extraños como su mirada, que extraviada se la había encontrado frente a frente en el reflejo del vidrio del mostrador. Sus ojos estaban enrojecidos, ya no sabía si por las noches en vela o por los seguidos tragos que se había tomado esa noche. Su mente ya no hilaba, estaba tan embotado que las marcas que antes le parecieron la imagen de los anillos de los juegos olímpicos, eran ahora un solo y concéntrico círculo que giraba alrededor de las manotas del tabernero que ahora lo tomaban por los hombros para que no cayera redondito al piso. El hecho de sentirse caer le despertó de su buscado letargo y quiso desplazarse hacia el orinal, dio un paso y se sintió de pié en una montaña rusa, el segundo paso fue más estable aunque debió apoyarse en la manija de la puerta que estaba detrás de él, por fin se reincorporó y caminó despacio debajo de cada una de las 34 vigas contadas y recontadas. La distancia que antes parecía corta se hizo en mas tiempo del calculado, pero cruzó airoso el umbral de la cortina para apoyar sus manos en el muro mientras dejaba salir sus gotas en varias direcciones, por fin pudo establecer el centro y una sensación de alivio le recorrió de izquierda a derecha con breve temblor al centro. Debo regresar a casa, es suficiente este intento para ver que he logrado con ello, se dijo. No pudo lavarse las manos, pues no encontró dónde hacerlo y se abrió camino entre las cortinas para atravesar de nuevo el salón, pedir la cuenta y ver el lavamanos entre el muro y la puerta azul, extraño sitio para ubicarlo, y extraño sitio para dejar atravesada una trapeadora con que se golpeó la pantorrilla, se lavó allí mientras le calculaban cuanto pagar por sus siete tragos. Mientras le pasaba el dolor por el tropiezo, pagó y se marchó a casa. Al llegar al frente de la puerta de su casa, buscó las notables diferencias con la puerta oculta-lavamanos en que se había mojado también la cara. Metió su delgada mano izquierda dentro del bolsillo buscando las llaves y las sacó intentando no hacerlas sonar entre sí; apuntó como pudo hacia el centro de la cerradura y con ayuda de la mano derecha logró quitar el cerrojo que lo mantenía afuera. Llegó como pudo hasta la cama, se dejó caer de espaldas en ella y sintió de nuevo el ardor como de piedras con muchas aristas que recorrían a gran velocidad su garganta, pero esta vez en dirección contraria. De un salto llegó al baño para abrazarse al sanitario, sentir sudorosas gotas heladas en su frente, gotas calientes en sus brazos y un enjambre de abejas alborotadas en su estómago. Se lavó por partes manos, boca, nariz, orejas... dejó de nuevo la toalla con que se secó, en su sitio acostumbrado. Regresó a la cama, se sentó lentamente, se llevó las manos a la cabeza, se recostó despacio y se quedó dormido de inmediato. De nuevo allí en su sueño comenzaron sus temores, alguien se le acercó y comenzó a hablarle, lo veía fijo a los ojos, luego miraba con atención sus labios en movimiento, de nuevo una mirada a los ojos; y entonces esas ganas de decirle que no le entendía nada, que lo que le decía se perdía en el camino a sus oídos; que no comprendía una sola palabra. Le gritó tan alto como quiso: déjame en paz o háblame en mi idioma; no me jodás que me vas a enloquecer pues no te entiendo un carajo. No soportaba mas la presión de no ser bilingüe, hablaba de rayos, y de piedras. El silencio llegó a la boca de quien antes le hablaba. Los demás, que ahora le rodeaban lo miraban extrañados; sin comprender. Pero si el que no entiendo soy yo, caramba, si he perdido mi intimidad, mi sueño, mi conciencia, mi inconsciencia, si no entiendo ni forro de lo que me dicen; les decía mientras los lagrimones iluminaban sus ojos cada vez más rojos. Si llevo semanas sin querer dormir siquiera, si me embriago con la intención de no soñar mas en otro idioma. Si he perdido la razón, las ganas de soñar, si he perdido todo. Entonces ocurrió que fue tanto el desespero, que se despertó. Pero envalentonado por los tragos y mientras con el rabillo del ojo miraba el diccionario ubicado en el tercer estante bajando, empezando de izquierda a derecha; entre el libro número nueve de color amarillo y el quince si solo cuentas los verdes. Mientras se aferraba con su pupila al lomo de su diccionario, iba regresando con ánimo de revancha al mundo de los sueños a enfrentarse a sus fantasmas. Una vez allí, sorprendido por lo que estaba haciendo, escuchó salir disparada de sus labios una frase; pensada, construida, dicha toda en un perfecto inglés. Todos los integrantes del sueño la entendieron, se acercaron de nuevo y empezaron a hablarle mientras él les respondía con absoluto dominio. Se levantó como un resorte, se paró de un brinco sobre la cama, saltó hasta casi rozar una de las tantas veces observadas rendijas del techo de su casa, se lanzó sobre las ondas causadas por el viento en las cortinas de su alcoba; se cubrió con las cortinas su cara descompuesta, los ojos salidos de sus órbitas mientras pensaba como diablos dormiría ahora tranquilo si no entendía ni lo que él mismo decía en sueños. |
© AYMER ZULUAGA |
...mmm... (penurias domésticas)
Sale el sol después de la tormenta. El brillo de la recien nacida luz de éste nuevo día enmarca las ramas del pino sobre el todavía inestable azul del horizonte. La silla que olvidé en el jardín se convierte en el mejor accesorio que nadie pudiera imaginar para ésta mágica mañana de primavera. Restos del agua caída del cielo encuentran su lugar formando charcos grandes y pequeños primero, buscándose como amantes hasta encontrarse en uno solo después, desapareciendo juntos al fin bajo la tierra. Abro la ventana. Por un instante intuyo sin temor la intensidad de la vida y su dolor, aspiro la nostalgia de la felicidad anhelada, huelo el arrebato de impotencia ante la injusticia, la pena y también el amor; contemplo esta primavera húmeda, aromática, matizada de amarillos, rojos, violetas y malvas y, como San Agustín, me olvido de mi misma... Navegan mis pensamientos empapados de éste paisaje soñado... ¿he dicho empapados?... Tengo que poner la lavadora... como iba diciendo fluyo entre palabras que arrastran imágenes soñadas por el curso de mis pensamientos y, como un río, voy a parar al mar... mis ojos son ahora barcas mecidas por las olas y navego sin rumbo ni destino; sóla ante la inmensidad del mundo miro al cielo buscando constelaciones nuevas y mi corazón cruje de anhelo por tocar otras almas,compartir el desafío de la trivialidad, nuestras miserias y debilidades, la dicha de sentirse acompañado... ¿he dicho miserias?... Se me olvidó pagar la excursión de Javi, su señorita me va a matar... es ya la tercera vez que se me olvida... mmm... ¿olas? sí, sí, dije olas... !cómo me gustó el último libro de Manuel Rivas! Ese relato que contiene "una nube, una ola, otra y otra..." me conmueve de forma obscena. Sí, he dicho obscena. Me suben la libido esas siete palabras. Evidentemente cada una de ellas por separado no me dicen nada, bueno quizá ola... podría... es el ritmo que adquieren juntas y en ese orden, con esa mágica cadencia, rítmica y sensual, suave y repetitiva, agua cálida y salada que te envuelve, te arrastra y te abandonas a su merced sin oponer resistencia, claudicas y te entregas... ¿he dicho resistencia? tengo que llamar al fontanero por enésima vez. Han puesto un 902, qué desfachatez, ahora la música y me dejan aquí colgada, delante del teléfono, mirando el polvo y la suciedad que se ha acumulado entre las teclas ¿cómo se limpia esto?Le preguntaré a mi suegra, tenía que haber elegido un teléfono negro,no se notaría tanto... Buenos días, si, ya dejé aviso el lunes pasado, sí, mañana de siete a dos estaré en casa, adiós. Lo mismo me dijeron hace tres días... ¿por dónde iba?, ¿entregas?... sí, entregas.... dijo Richard Avedon: "... escribo mi autobiografía con las caras de otra gente..." Me llamó la atención. Yo no diría que busco dibujarme en otras caras, yo busco encontrar la verdad en otros y en mi, reconocer la pasión olvidada por falta de uso, comprender el desfallecimiento cotidiano ajeno y el propio... el peligro y la bendición está en la entrega personal que supone intercambiar debilidades y tocar el corazón ajeno.. .y que te acaricien el tuyo. Hay días que se convierte en una necesidad más urgente que comer o dormir, me desespera no tener a nadie en ese instante a mi lado con quién compartir la tristeza,el aislamiento, la desesperanza solitaria que me acecha...el teléfono... hola Jóse, ¿vienes a comer? Muy bien, sí, me acuerdo que es el cumpleaños de tu hermana, ahora nos vemos... !no tengo comida! ¿qué hago? Tortilla de patatas y ensalada y... tengo algo de sopa que sobró de anteayer... ¿ya estamos a 23? se me ha pasado lo del cumpleaños, menos mal que le compré el regalo la semana pasada ...mmm... dije... ¿debilidades? Mi debilidad es mi refugio y mi fortaleza frente a ésta estepa diaria en la que cabalgo, tan sepulcral como cualquier otra realidad, pero tan esperanzada como cualquiera de mis sueños... ¿dije patatas? sí, patatas, tengo que pelar patatas ya,no me va a dar tiempo... ¿dónde las metí? ¿las dejé en la bolsa con el periodico y el pan?... " No creo haber escrito nada que no nazca del sentimiento, principalmente de la compasión" dijo Augusto Monterroso. Me hubiera gustado conocerte y compartir contigo, a viva voz, lo poco que me interesa,igual que a tí, la inteligencia organizativa y formal, la encuentro fría... aquí están,no las había sacado de la bolsa, el pan está roto y lleno de tierra, !soy un desastre! y el periodico y la foto de la niña iraquí... destrozada... pelo las patatas y miro por la ventana, contemplo ésta primavera húmeda, matizada de amarillos, rojos... qué guapa te vestiste esa mañana... y mi corazón cruje ¿dónde estás Augusto? me desespera no tener a nadie en este instante a mi lado... la puerta, hola, soy el fontanero,¿no iba a venir mañana? señora si quiere me voy, no, entre, es en la cocina... seguro que te costó convencer a tu madre,pobre niña de Basora, de que te dejara ponerte el jersey malva que tanto te gustaba.... mamá, por favor, mamá, por favor...igual que mi hija ... es para las ocasiones especiales la dices, cuidalo bien y no lo manches,y tu hija sonríe y te besa porque sabe que la vas ha dejar... me olvidé de comprar aceite, no hay suficiente...y lloro... "dejemos reposar los dolores en el ánimo. Nada se consigue con el gélido llanto que hiela el corazón" dijo Aquiles... el horizont azul brilla impúdico ante mi, la silla refleja la luz del sol y la esparce por el jardín, el agua de lluvia desapareció bajo tierra ... estabas tan guapa... señora, se le están quemando las patatas... |
© PILAR SAURA VINCUERA |
Lecturas
El joven yacía tendido boca abajo en la cama. La habitación era parca, pero atractiva. La colcha era fina, de un rojo brillante. El sol iluminaba el desnudo piso de madera. Contra la pared, al lado de la puerta, había un bastón de palo de rosa. Tenía un corazón garabateado en el arco del mango redondo. El hombre, que no llevaba puesta la camisa, sentía la hebilla del cinturón presionando su abdomen. La desabrochó. La mujer le apretó los hombros con las palmas. -Léeme en griego esta noche
-pidió él. La mujer salió de la habitación. Él oyó sus pasos disparejos. Un momento después, el ruido de la llave al girar. Comenzó a correr el agua. El sonido lo tranquilizó. Ella volvió y comenzó a darle masaje en los hombros. -Se siente bien -declaró él-.
No sé cómo he podido manejar durante doce horas seguidas. La oyó cojear por el desnudo piso de madera. Habían decidido que era lo mejor. Habían quitado las alfombras persas de imitación para que el polvo no se acumulara. Extendió la mano para sentir la corriente del filtro de aire que estaba en la mesa de noche, al lado de la cama, e imaginó las partículas de polvo que quedaban atrapadas en él. Imaginó un aire limpio y reparador. Oyó correr el agua en el cuarto de baño. Pensó en la puerta del baño de la casa victoriana que alquilaban, que daba al patio trasero, y conjuró en su mente las ardillas y las aves que gustaban de habitar en los frondosos árboles. Una vez, los dos se habían vuelto hacia el patio, desde la puerta posterior del cuarto de baño, y habían visto un conejo marrón. Esas imágenes lo aliviaban tanto como el masaje que ella le había dado, o como lo haría el baño y el que le leyera en sánscrito. La situación no era perfecta, pero estaban sacándole el máximo provecho. Y ella se pondría mejor. Solo era cuestión de tiempo. Un año, tal vez. Posiblemente dos. Sin embargo, la espera valdría la pena. Y los días de doce horas de andar entre el tránsito y de respirar humos perniciosos. Entonces la oyó toser, arquear. Se puso en pie con dificultad. Estaba inclinada sobre el inodoro, jadeando. Corrió hacia ella y le sostuvo la frente con la palma, mientras vomitaba. Probablemente no habría lectura esa noche, pero ella se pondría mejor. En un año, tal vez. Posiblemente dos.
|
© ALAN GERSTLEe |
Fabián Césped
Pobre hombre, ¿qué le llevaría al suicidio? Pregunta con demasiadas respuestas, contestó encendiendo un cigarrillo el detective. Quiere usted decir, aclaró el asistente, demasiadas respuestas que prueban la disonancia de mi pregunta. Creo que su pregunta le pertenece a un familiar, a un amigo, no a un profesional; eso es todo. Sus palabras a veces me preocupan, detective. El cuerpo de Fabián Césped, el joven de treinta y uno que se quitó la vida en un apartamento del este de la ciudad, nadie lo reclamó. Lo enterraron en el cementerio del sur después de la autopsia y la investigación policíaca. Olvide el caso de Césped, mi querido asistente; la falta de vida no es cuestión del uniformado. Lamento contradecirle, pero la falta de vida es cuestión de todos. Su moralidad es de primera, comentó burlonamente el detective, pero usted olvida que Césped se quitó la vida. Creo que ni usted ni Dios pueden quitarle el derecho a la vida, o en este caso, a la muerte, al próximo ésped. Fabián era oficinista. Los vecinos cuentan que una de esas mujeres de calle le visitaba periódicamente, y que le gustaba caminar las mudas horas de la noche. En la oficina cuentan que nunca llegó tarde, que hablaba poco y que nunca, en sus seis años de empleo, se había ausentado. Una persona eficiente...responsable, había comentado a la prensa su supervisora. Aquí tiene la información que me pidió, asistente. Gracias. Su acto honra su uniforme, y honra, sobretodo, el uniforme del hombre, del ser humano. El policía, un tanto confuso, contestó: No exagere. Sólo cumplo con mi deber. En el café Las tres cuentan que Fabián fumaba, tomaba su café sin azúcar, leía el periódico y un libro de bolsillo de un tal Robert Walser, y de vez en cuando pedía a la chica que atendía que pusiese en la radio una pieza de Bach. Una vez, contó la chica, le vi urdir un pensamiento en una servilleta. Recuerdo la ocasión, añadió melancólicamente, porque la olvidó y yo tuve la suerte de tomarla y conservarla. Desperté con la sensación de que había sido un sueño, una pesadilla que nos uega la noche cuando busca imponerse. Espiré profundo, como si hubiese escapado las zarpas de la propia muerte. Sin pretender olvidar que raramente soñaba, expiré una y otra vez mientras preparaba el café. Y me senté frente a la vieja ventana de siempre; y entre sorbos de café, mientras acariciaba la lluvia que bañaba las calles de mi ciudad, pensé en lo que me había pasado. El viaje de la lluvia escarchada me transportó a aquellas escenas de vida, de muerte. ¡Yo no tuve que ver con su muerte! si es lo que quiere saber, asistente. ¿Puedo irme? Hágame el favor de sentarse, Magdalena. Sé que usted visitaba a Fabián periódicamente y conozco su línea de trabajo. Sólo quiero que me cuente un poco de él. Pero, ¿qué le puedo contar, asistente? Le confieso que a Fabián no le gustaría si compartiese con usted algún dato de él o de nosotros. No me pida que le falte respeto a su memoria. Veo que no me he equivocado. Usted le conoció un tanto; su tono me confiesa que hasta le importó su muerte. ¿Las flores en la tumba, eran suyas, no?¿Es un delito? ¿Una mujer de la calle no puede llorar por un ser humano? ¿No puede darse el lujo de gritar: ¡He perdido a un ser querido!? En el puerto que frecuentaba, un anciano cuenta que a Fabián le hubiese gustado pasarse unos largos meses en el mar verde, azul. Lo sabe, nos dice, porque Fabián no miraba el mar; el Atlántico lo miraba a él, le susurraba su sinfonía. A horas de puesta de sol, su alta sombra descansaba entre sus rocas de ayer, de hoy. ¿Por qué no llega a casa y se acuesta, mi querido asistente? Veo que echó de menos mi consejo. No olvide que Césped se mató. Tal detalle nos impide arrestarle, añadió mordazmente, saliendo de la oficina. El informe policíaco dice que Césped se quitó la vida con un revolver arcaico. Una de sus balas agujeró su joven corazón; la autopsia lo confirma. Aunque las razones no se conocen, el detective señala que no hay duda que fue suicidio. El asistente añade que Fabián murió vislumbrando las primeras luces del día. No pensé que fuese usted hombre de tragos, mi querido asistente. Gracias por la invitación. Lo invité porque quiero contarle algunas cosas de Fabián. Lo sospechaba. El bar olía a vacío, a silencio; quizás porque era martes. En la vieja tele el partido pasaba sin audiencia. Usted me va a excusar, detective, pero he reescrito su informe.¿No me diga que pudo arrestarle? Su humor a veces me asusta, contestó el asistente saboreando su trago. Si mal no recuerdo, usted no sufre de la presión. Bueno, lo que quería comunicarle es que después de mi investigación, comparto su conclusión: Fabián Césped se suicidó. Los efectos del licor, maravillosos. ¿No cree? Pero no estoy de acuerdo con su razón, con la supuesta falta de vida de Fabián. Por esta razón rescribí el informe.¡Y qué ha de importar mi razón, o la de usted! Para el uniforme, en este caso, las razones están de más.¡Pero no para el ser humano, para el que vive! La puerta del bar anunció la llegada de los borrachos de siempre. El cantinero ni les hizo caso; éste continuó leyendo su periódico. Uno de ellos divisó el tocadiscos y registró su bolsillo; el otro pasó al baño escandalosamente. El reloj en la pared marcaba las once menos diez. Mi querido asistente, comentó el detective después de haber encendido su tercer cigarrillo, ¿quiere usted decir que Césped se mató porque quería vivir? Sí aunque le suene increíble y hasta desatino. En este caso, su suicidio es alarmante. Ahora regreso, añadió levantándose de la silla, creo que ambos necesitamos otro whiskey. Comparto su opinión, detective. Mas tráigase una botella; total, dudo que esta fría noche de octubre cerremos los ojos. ...a lluvia postergada, hubiese añadido Fabián, pensaba Magdalena mientras observaba por décima vez el farolito de la calle, mientras la vida sin ungüento recorría la ciudad. Sí, la noche a lluvia postergada hedía, Fabián me hubiese comunicado.
|
© C. A. CAMPOS, 2002. |
La Firma
Viví la niñez y parte de mi adolescencia en el centro de Guadalajara, por la calle de Venustiano Carranza, a tres cuadras de Avenida Hidalgo. Había tardes completas de fútbol en la calle contra los chavos del barrio de Belén, las 'pintas' que nos dábamos al parque Morelos para echarnos una nieve de Coco y rolar todo el día en San Juan de Dios. -Ya voy tarde y el tráfico que no avanza nada... Ese era el barrio que abandoné cuando entré a la Facultad de Derecho. Todo cambio. Dejé de frecuentar a los amigos del barrio por los nuevos que me hacía en la Facultad, era un mundo que despertaba en mis ojos, y me gustaba saberme dentro de él. Mis padres se esforzaron en muchas cosas para que yo sacara la carrera de abogado, pues, como único hijo no contemplaban nada que no fuera el bienestar de su vástago. Cambié de ropa para entrar en onda con los nuevos camaradas de facultad, la greña sucumbió para dar paso al peinado correcto. Me hice parte de ese nuevo modelo de vida mientras dejaba atrás, en el barrio, las pachangas interminables que salen como hongos con la lluvia. Olvidé a mi carnosa Cheli y a su extraordinaria risa, vivía con su mamá en una tiendita en la esquina de San Felipe. También me alejé de mis padres poco a poco mientras cursaba la carrera. -¡Sí, manda una copia firmada sin falta mañana!, "Clic". No pueden hacer nada si no estoy ahí. El primer año de carrera conocí a Estela, en un baile, recuerdo el vestido rojo que provocaba mi imaginación. Duramos 3 años de novios, para ese tiempo ya trabajaba en un despacho afamado. No iba al centro a menos que fuera 10 de mayo o los cumpleaños de mis padres. El tiempo estaba entre Estela, la Facultad y el trabajo. Me titulé en el verano del 72, mis padres lloraron de felicidad. Mi madre murió en el 76, la alcanzó mi Padre dos años después; en la casa que nunca quiso abandonar, sufrió un infarto mientras cenaba. La casa, la vecindad entera fue demolida para construir oficinas, los recuerdos quedaron sepultados y la vida se tornaba más moderna. El mediodía del lunes, el tráfico espantoso por Hidalgo rumbo al centro, el ruido asfixiante que parece surgir de cualquier cosa en movimiento. Me dirigía a la casa de Don Manuel López, ubicada en la calle de Carranza. Después de 6 meses de pláticas y negociaciones, la venta de unos terrenos estaba amarrada; hoy iba a firmar. Cruzaba con enfado la infestada Avenida Alcalde. -Llegaré a su casa con retraso de 15 minutos. Para Don Manuel era excesivo, y para mi abominable soportar sus desplantes de senectud. -¡Ni un maldito lugar! Había más carros que de costumbre en la calle, durante 6 meses me estacioné afuera de su casa sin ningún problema. Circulé una- cuadra, di vuelta a la manzana, nada. Sin remedio avanzaba sobre Carranza hasta ver un lugar que era vigilado por un "dale-dale", con la prisa me resigné. -Dele jefe, dele rápido porque viene un camión atrás de usted. El rostro era familiar, me era conocido el tipo, pensaban mientras maniobraba mi BMW en reversa. Al apagar el motor, se catapultó un rostro del pasado. Lo vi de nuevo y la imagen fue aclarándose, sin duda era Felipe, mi mejor amigo del barrio en aquellos años. Sentí incomodidad, el estómago vacío, dudé un poco en bajar del carro -no sé por qué- y enfrentar una engorrosa charla con mi antiguo camarada. Su mirada era la misma que dejé de ver hace 30 años, sólo que ahora estaba acompañado de una enorme panza, poco pelo y arrugas, pero la sonrisa campechana no cambiaba en él. -Je-jefe..., se lo lavamos y cuidamos por 10 pesos. Titubió al verme de frente, profundizando sus ojos en mi cara, yo hice lo mismo. Quedamos en silencio por un par de segundos, en un fugaz movimiento me miró de pies a cabeza. Se agachó para tomar el balde espumoso de jabón y no dijo nada más. Moví la cabeza aceptando el trato, él comenzaba a lavar el carro de manera diestra, ya no me miró. Di la vuelta y perfilé mi retraso a casa de Don Manuel quien me esperaba. Escuchaba el silbido tropicoso de mi viejo amigo a lo lejos; quizá fue mejor así, no teníamos nada que decirnos, su vida y la mía eran tan- diferentes. Me reconoció, yo le recordé, pero ya era tarde para fraternizar algo del pasado. Cruzaba la calle de Garibaldi, me sentía como extranjero, molesto, pensando en sólo salir del centro cuanto antes. Pasé frente a lo que fue mi vecindad, no reconocí nada. Faltaba dos cuadras para llegar a casa de Don Manuel. Preparaba mi disculpa por el retraso evidente, procurando utilizar todo los pretextos posibles para justificarme. Llegué a la esquina de San Felipe, esperaba el alto en el semáforo para cruzar. Una risa, una que hacía voltear por su belleza, ahí, alegremente, afuera de la tiendita de la esquina, contemple a un repartidor de refrescos platicando animosamente con esa señora sobrada de peso, de cabellos canos. Era Cheli. Me detuve dominado por el baile sonoro de la risa que contrastaba con el furtivo pase de autos. Cheli seguía riendo a sus anchas, su cara era la misma al formarse los arcos primorosos de sus labios. -Estela no ríe así... Escapo esa conclusión en voz baja mientras cruzaba lentamente la calle, frente a ellos; Cheli no me miró ni por un instante. De todos los momentos que viví en Carranza, era la risa de Cheli la que predominaba intacta en mi mente. Al alejarme del barrio la despedida con Cheli fue triste, ella se mantenía callada. Nos dimos un beso, entró a la tiendita y ya no la volví a ver. Después supe que se casó, que la tiendita era ya de ella. Al llegar a casa de Don Manuel reanimé mi corbata y aliste una falsa sonrisa de disculpas. Pero en la puerta, una pareja de ancianos, ataviados de negro, esperaban. Yo alcancé a escuchar: -Es una pena lo de Don Manuel. Pero, la verdad, fue mejor así... en su sueño. Me sentía aturdido por la noticia cuando de repente alguien abrió y los invitó con un gesto a pasar. Me quedé al lado de la puerta, dudando en dar un paso adelante. Pensé en entrar, en retirarme cautelosamente y no ser visto. Dar el pésame o retroceder, pensé, pensé. |
© Ivanovich Torres Figueroa |
|
© Juan Alberto Campoy Cervera. Madrid 1961. Economista. Su escritor preferido es Manuel Mujica Lainez. |
ARIADNA-RC.com - Todos los derechos reservados