el laberintoel laberinto  

    quince primavera

PORTADA :: EL HILO :: EL LABERINTO

 

Todas la claves y el símbolo 

VersO

 

los bisabuelos/salmo 44
por Jesús Urceloy

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de regreso a la tierra
por Osvaldo Navarro

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elevolución
por Ivanovich Torres Figueroa

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pasión del mar
por Norma Quintana Padrón

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kawakami shi
por Rafael Pérez Castells

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ayer hablarte de tristeza...
por Raúl Pozo

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cuba
por Manuel Camacho Higareda

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palabras/cincel/cálido
por Miguel Ángel Ontanaya

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personal
por Anfisa Osinnik

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Nostalgie
por Phally Nguon
(traducción de LOVAT)

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Los mismos pies, las mismas manos
por Manuel Rodríguez Díaz

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Cambios
por Pilar Salas Tapia

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La vendedora ambulante
por Alfredo Lope
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La firma
por Ivanovich Torres Figueroa

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fotografías de Javier Gomá


 

TRES TIEMPOS
tres reseñas por LOVAT

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LA BOLSA DE PIPAS
Revista Literaria bimensual.
Marzo de 2002. Nº 31

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Apsley Cherry-Garrard
EL PEOR VIAJE DEL MUNDO
La expedición de Scott al polo Sur

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anónima
Asociación Cultural Poeta de Cabra
Marzo de 2002. Nº 1

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¡ÁNDELE Y ÁNDELE!
por David Torres

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BILLY WILDER In Memoriam
por David Torres

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CARTA acerca de la
VII Edición del Concurso "Todos Somos Diferentes"
por David Lago Gonzalez
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ARTE DE ULTRATUMBA
por David Torres

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RAMON GAYA Y LAS MISIONES PEDAGÓGICAS 1933-1937
por Ignacio Argüelles

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TRES TIEMPOS
tres reseñas por LOVAT

 

— 1 —

 

Hace mucho tiempo que no le echamos un vistazo al estado de las cosas, tan preocupados como parecemos por las cosas del Estado, cuyos desmanes políticos, éticos y estéticos nos fascinan y nos procuran esa sensación morbosa y lúbrica que nos da la prensa del corazón, cuyos fines y medios tanto han calado en todos los campos de lo impreso, desde la crítica literaria a la crónica política. Más nos interesa el gallo del tenor, los puñetazos entre novelistas, o los exabruptos de políticos, que lo cantado, lo escrito o lo legislado. Tengo para mí que esto no es más que la pequeña revancha que nos permitimos a cambio de aceptar que son ellos los que detentan el poder, cualquier clase de poder, y no nosotros; sus privilegios llevan aparejada la obligación de la picota. Eso nos libera de la muy angustiosa posibilidad de plantearnos qué cosa pueda ser el poder y cómo se ejerce cualquiera de los poderes, político, ético o estético, que nos circundan y, tan a menudo nos circuncidan. Claro que esto forma parte también del estado de las cosas que tan abandonado tenemos, si hacemos caso al muy catastrofista juicio de este reseñador. Vivimos en un momento de confusión, lo que habrán pensado todos cuantos hayan vivido hasta el momento, en el que se han perdido referencias para unos, enemigos para otros, y la historia para todos, en expresión del norteamericano de nombre japonés que todos sabemos y que ha sido, desde luego para él, afortunada. El fin de la historia acarreó la derrota de la modernidad y el triunfo de la posmodernidad, esto es, el fin de la dialéctica como motor. Al menos, a tal conclusión parece haberse llegado y desde tal conclusión parece que se va escribiendo, pintando, esculpiendo, o lo que ustedes gusten. No pretendo elucubrar aquí sobre el significado de la palabra posmodernidad, aunque me temo que poco tiene que ver con vacuidades como las de Pedro Almodóvar o Costus, cuyas obras, dejémoslo así, nos han presentado como paradigma de la tal.

Acerca del estado de las cosas han escrito un grupo de jóvenes pensadores por encargo de la editorial Ópera Prima, y de tal encargo ha surgido el libro Que piensen ellos (2001), reunión de ventiseis artículos, o microensayos, como prefiere la editorial llamarlos. Desde la educación, al nacionalismo, que no puede faltar en ningún debate que se precie, o el "papel" que Wojtila tiene en el pensamiento actual, pasando por cuestiones como la percepción del propio cuerpo, la posibilidad de un lenguaje poético o la ontología de la violencia, los autores, de los que no destaco a ninguno, pues cada uno de sus trabajos crece al estar trabado con los demás, pasean por los lugares del presente con un desparpajo que para sí quisieran tantos y tantos de los santones de los que ahora se dan a la filosofía del avestruz, cuando no a la autoayuda teñida. Cada uno de ellos con personalidad, y muy poderosa, y armados de una subjetividad muy saludable en estos tiempos en que la objetividad tan pronunciada parece servir para lo mismo que el papel de fumar: para cogérsela sin mancharse. Sin embargo, creo notar tres rasgos comunes en todos los artículos presentados: La asunción del presente no sólo como objeto de estudio, sino como método de trabajo; quiero decir, los filósofos, dicho sea con toda propiedad, no buscan un pensamiento total, ni, por tanto, totalitario, sino que se fijan en aspectos parciales de la realidad, al que el rigor en la reflexión conecta con otros muchos, consiguiendo que lo que en un principio no eran más que pizcas adquieran un verdadero sentido histórico; este libro articula de un modo nuevo el pensamiento estructural, incidiendo en la importancia que la semiótica ha adquirido en todas las ramas del pensamiento.

En segundo lugar está el humor; un humor fértil, verdadero constructor y relativizador del pensamiento, consciente y que nos recuerda, a mí al menos, al Gracián del Arte y Agudeza de Ingenio; humor que alcanza la validez de un sistema crítico coherente y, por tanto, cruel. Sin contar con que algunos de los chistes trabados aquí son de caerse al suelo.

Y en tercer lugar un nombre mencionado por algunos y silenciado por otros: Kant. Que Piensen Ellos es, en mi opinión, una llamada múltiple a visitar de nuevo la filosofía kantiana, ahora que estamos en lo que parece ser una nueva crisis de la metafísica, sustituida por sucedáneos venidos de las estrellas.

En definitiva, un libro que se debería leer en nombre de la salud mental de muchos. Y si no les apetece, léanlo como si fuera una novela de Ana Rosa Quintana. Total, ellos ya han pensado.

 

— 2 —

 

Los sonetos tienen algo de catarro primaveral: te asaltan de improviso, te congestionan las vías respiratorias, te aturden, y no te dejan en paz durante una buena temporada. Es más, pienso que los sonetos tienen algo de catarro primaveral en agosto, cuando ya no se les espera. No sé si esta broma, por llamarla de algún modo, es adecuada para la cuestión, pero el sufrido lector de esta sección está ya curado de espantos y su paciencia es tanta como su juicio, así que ya habrá sospechado que el reseñista quiere referirse a la pervivencia de las formas rimadas en un sistema poético que no les corresponde. Porque la rima no es eterna, no existía en un principio, ni su dictadura ha sido tan extensa en el tiempo como pudiera pensarse. Su empleo se generaliza con la imposición de las lenguas romances, tal vez como recurso que paliase la pérdida de la musicalidad de las cantidades latinas, y durante cinco siglos dicta sus normas en la poesía occidental, pero no desaparece el verso blanco, del que quedan muestras esparcidas por el tiempo, desde los endecasílabos con que Shakespeare escribe su teatro, o la tragedia áulica en latín que hasta bien entrado el XVI se representa en las universidades, o la epístola a Boscán de Garcilaso de la Vega. Valgan estas cuentas para sabernos no tan desdichados como pretendíamos en el verso libre de ahora, que no es sino vuelta a los orígenes, cuando se buscaba la musicalidad del verso en su fluir, y no en el orden estricto de la consonancia y las sílabas contadas, lo que, desde luego es "grant maestría", y no seré yo quien rebaje el extraordinario valor de un sistema en el que se logra que la similitud fónica entre dos términos suponga una cadencia rítmica y una unión de significados, verdadera contaminación de unos sobre otros. Un sistema magnífico, pero que no es el nuestro. Porque a nosotros nos ha tocado otro tiempo, que, casualmente, es éste, y que en términos poéticos puede identificarse con las múltiples variedades del verso libre. Y en estos tiempos, un soneto, aquel soneto que al principio identifiqué tan chuscamente con un catarro, tiene una artificiosidad añadida a su normal artificio, tal vez su extemporaneidad, que nos hace sentir en él una voluntad consciente de pertenecer a una tradición que, de algún modo, se nos antoja ajena. Al fin y al cabo, cada forma de escribir no es sino una forma de pensar. Claro que cabe la trampa, la del poema rebajado a malabarismo de diccionario inverso y golpe de humor, más bien gracieta, practicado por virtuosos que harían el mismo papel en la pista central con cuatro bolos o seis pelotas de colores. Los nombres están, seguro, en la cabeza del avezado lector, y no vamos a darlos aquí, pues hay honores que no se consiguen de cualquier forma, y aparecer en esta revista es uno de ellos. Demos tal honor a Juan Alcaide Sánchez, hombre de Valdepeñas, de los que se dice pegado a la tierra, vividor del lugar y la gente en que vive, que son los verdaderos vividores entre tanto fantasma ambulante, poeta que algún imbécil no dudaría en tildar de "menor", y que durante más de medio siglo escribió sus sonetos con el cuidado del grabador, buscando las palabras en el vino y en los rostros de sus amigos, lento en sus exclamaciones, como es lento el otoño a medida que la vendimia despoja los campos. La coleción Adonais ha publicado en 2001 una antología de sus poemas, Cincuenta Años, Cincuenta Sonetos, colección de gestos de dolor, de cariño, de esperanza. Gestos de silencio que se acerca entre las palabras, con la naturalidad con la que se escribieron estos poemas, pues la gran lección de Alcaide es que no hay poesía donde hay estruendo, que la verdadera música del verso no es algo propio de un sistema, sino de la sensibilidad, esto es, de la inteligencia, de la que cada uno sea capaz. Una tradición, la del soneto, no es más, en el caso de Alcaide, que la voluntad de formar parte de un paisaje hecho de viñedos y de las personas que los plantaron, las que los vendimian y podan, las que paseaban entre las cubas sin saber que sus pasos provocaban una rima, cercanía entre dos términos para los que un poeta hallaba intimidad. Pues cada forma de escribir no es más que una forma de pensar. Y Juan Alcaide Sánchez era un hombre que pensaba en catorce respiraciones tenues.

 

— 3 —

 

Lo normal es que nos derrote el deseo.


Por mucho que pensemos en él, por mucho que queramos acotarlo, que nos lleguemos a convencer de su prescindencia, que creamos que bastará con satisfacer nuestras necesidades, el deseo nos derrota, porque nos invade de todos modos y porque no llega a cumplirse; y, si llegara el caso, que yo no conozco, de cumplimiento, ya nos avisa el refrán: "Ten cuidado con lo que deseas, porque puedes conseguirlo". Vean, si no están de acuerdo, lo que ocurre con el viaje (dicho así, en singular), el gran mito de nuestro tiempo. Seguimos atrapados por la visión romántica que el siglo XIX nos legó a fuerza de litografías y sociedades geográficas, de mapas de África cuyo interior en blanco se poblaba de quimeras y pesadillas, de Quatermain y Kurtz; a fuerza de exploradores que descubrían pasos hacia lo, de verdad, desconocido, e ingenieros que trazaban caminos con que unir los extremos de un desierto. Un tiempo en que, en palabras de Kipling, retocadas por Huston y pronunciadas por Connery, los dioses y los británicos eran prácticamente lo mismo.

Pero, si bien es cierto que el mundo es ancho y ajeno, también lo es que es limitado. Tan limitado que ya se ha recorrido por completo, que cientos de satélites lo fotografían sombra a sombra miles de veces al día, y que las sociedades geográficas ya sólo pueden trazar planos de urbanizaciones en la costa. Los emperrados en la aventura se dedican a la competición deportiva, a ser los primeros en hollar lo ya hollado, por lo que se dedican a las variantes: El primero en escalar el Everest; el primero en escalar el Everest en solitario; el primero en escalar el Everest en solitario sin oxígeno; la primera mujer; la primera mujer catalana... hasta llegar al anuncio del coche, que el avezado lector recordará con una sonrisa nada inocente. Pero nos mantenemos apegados al mito, es decir, a nuestro deseo. Consumimos literatura de viajes, clásica y moderna, y mostramos cierta propensión a partir en pos del recorrido que el libro nos propone. Y yo entiendo que resulte fastidioso gastar un montón de dinero y de tiempo para encontrar al aborigen de turno con la camiseta del Real Madrid con el nombre de Raul en la espalda, pero no podrán decirme que no se lo esperaban. Constatado esto, el viajero, atrapado por su deseo como el yonqui por su necesidad, se saca de la manga el poema de Kavafis y descubre que el viaje es en realidad un proceso iniciático en el que cuenta el descubrimiento de uno mismo. Sobre las variantes a que esta idea ha dado lugar en la literatura, prefiero no extenderme. Sólo diré que en cuanto en un libro aparece la palabra Ítaca, opto por cerrarlo para los restos (con una excepción: Del Café Gijón a Ítaca, de Manuel Vicent. También es excepcional que haya un libro de Vicent que este reseñista haya soportado entero, tanto el reseñista como el libro). Quizás deseamos ser extraños, ante los demás y, sobre todo, ante nosotros mismos. Y si ese es nuestro deseo, entonces necesitamos un mundo en el que poder extrañarnos, un mundo que nos sea desconocido, y en el que la exploración pueda adquirir algún significado. Pero ese mundo nos lo hemos robado por nuestra propia voracidad, y lo que "disfrutamos", no son sino meros sucedáneos de aquellas lecturas que ya no son informes, sino literatura, que es, y lo fue siempre, la gran aventura del hombre. No en vano, los dos grandes extraños de nuestro tiempo, aquellos que no tuvieron más opción que explorar un territorio hostil, fueron un oficinista que apenas salió de Argel para ir al entierro de su madre, y un campesino miserable que no se movió de su comarca más que para sentarse en la silla del garrote: Mersault y Pascual Duarte, que supieron que todo lo que es, hasta uno mismo, es siempre otro.

LOVAT

 

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LA BOLSA DE PIPAS
Revista Literaria bimensual.
Marzo de 2002. Nº 31.

 

Nueva entrega de la Revista Literaria que desde Palma de Mallorca dirige Román Piña. "La Bolsa de Pipas" (cuyo tamaño viene a ser más o menos el de una bolsa de pipas) en su último número nos deleita con los trabajos de ochos escritores de entre los cuales hay que destacar a Santiago Cobo con su "Muerte de un visionario", homenaje póstumo a un tal Ludwing van der Erde que tiene en su haber obras como "Agonía de un pradiquermo", "El esfínter" y su obra maestra "Iniciación de una cigarra". También señalable es el relato de Lorenzo Luengo y su niña Irene, una criatura al borde de la muerte que ve figuritas de cristal mientras con una mano toca a Chopin y con la otra se masturba, y por último un test de posesión obligada por todos los escritores para remitir al editor de turno cuando no conteste al envío de originales, y que bajo el título de "Test para editores" propone Florence Widmann como solución radical. Desde la A a la Z, Widman propone otras tantas posibles repuestas que podría haber dado el editor y de entre las cuales es dedestacar la W) "No, sinceramente no nos ha gustado nada el libro MI CACEROLA. Pero la historia de la literatura está llena de errores editoriales. Envíe su manuscrito a otros editores. Incluso vuelva a enviárnoslo a nosotros dentro de dos o tres días. Tal vez vez en otra ocasión nos pille más frescos y descubramos que su obra reúne todas las virtudes de la obra maestra". Por último habría que destacar la portada, a cargo de Fernando Miguel, y en la que una imagen de Manhattan el 11S se ve reflejada en el remanso de un oasis en Arabia Saudí, desplazando así a las oníricas y entrañables portadas a las que nos tenía acostumbrado Piña.

 

ANTONIO POLO

 

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Apsley Cherry-Garrard
EL PEOR VIAJE DEL MUNDO
La expedición de Scott al polo Sur
Biblioteca Grandes Viajeros. Ediciones B 1999. 2ª Edición. Barcelona

En la maraña de carreteras que recorre el Reino Unido podemos observar rótulos de señalización que nos indican la dirección de Londres, de Mánchester o de cualquier otra ciudad, y sin embargo, hay dos lugares que se anuncian con la claridad y la grandeza que tienen por sí mismos "The South" y "The North". El Sur al igual que el Norte más próximo, han ejercido siempre sobre los británicos una fascinación especial y no sólo como un territorio más a poner al servicio de la Corona o una forma de demostrar su poderío sobre el resto de la humanidad. Creo que este libro nos da una visión algo más alejada de esa historia de la expansión británica llena de clichés e imperialismo. Este libro rebosa humanismo en todas sus páginas como arma frente al horror y el sufrimiento extremo que se describe con crudeza en su interior. Tanto es así que el autor, Cherry-Garrard, y otros componentes de la expedición afirman que algunos de los momentos pasados en el Cabo Evans forman parte de las experiencias más felices de sus vidas.

¿Cual es la razón por la que el nombre de Roald Amundsen es mundialmente conocido y sin embargo es el relato de la aventura de su digamos competidor, Scott, la que ha trascendido al paso del tiempo, casi a un siglo de distancia? Cherry-Garrard describe la desmoralización que sintieron al conocer que Amundsen había desembarcado en las costas de la Antártida con el fin de alcanzar el Polo Sur. Y sin embargo este sentimiento desaparece rápidamente y no retorna ni siquiera cuando Scott descubre que Amundsen ha plantado su bandera cinco semanas antes. Cherry-Garrard sabe que están allí por algo más. Su estancia en la Antártida es un viaje de conocimiento, no de conquista. Y esto queda claro en el impresionante relato del viaje de invierno, el cual se califica en el título del libro. Este poco conocido capítulo de la expedición de Scott, describe el accidentado periplo que el autor junto a Bowers y Wilson (ambos fallecidos posteriormente en el viaje al Polo) realizaron en plena oscuridad invernal con el fin de conseguir huevos de pingüino emperador, considerados clave en el entendimiento de la evolución de las aves. Este capítulo vertebra el relato de Cherry-Garrard y permite comprender la grandiosidad de la muerte de Scott y sus compañeros. Narrado desde una distancia de nueve años tras el retorno y una guerra por medio, Cherry-Garrard nos cuenta con un estilo contundente una historia que ha trascendido a la propia "conquista" del Polo Sur.

Este libro del inglés Cherry-Garrard es considerado por muchos como un clásico de la literatura de viajes y sin embargo, sin menospreciar su valor literario, es fundamentalmente una declaración de principios del propio autor y de toda una época de viajes de exploración.

 

PDDC

 

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m3cv68·inicio

 

anónima
Asociación Cultural Poeta de Cabra
Marzo de 2002. Nº 1
anonima@poetadecabra.com

 

"Al despertar Gregor Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo,..." se encontró con una maravilla literaria en sus manos. De la mano de Juan Manuel Navas y David Torres, nos llega el primer número de la revista literaria "anónima". Sus interesantes contenidos nos alcanzan sin nombres desde sus páginas y el misterio no es desvelado hasta la leyenda final a las puertas del hogar de Gregor. El anonimato permite disfrutar de los textos sin que los autores nos condicionen, literaura de alto nivel sin distracción. Una tras otra, páginas de poesía, relato y crítica se nos ofrecen en bruto con recesos en la habitación del poeta chino Cai Tianxin o en sus sofás en los que se conversa con Antonio Hernández o Javier Reverte, y finaliza asestando un golpe de gracia con la piqueta de Trotski.

Bello esfuerzo literario al que damos la bienvenida y que animamos desde aquí a que prosiga en el futuro.

 

PDDC

 

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m3yu68·fin

 

m3cv69·inicio

 

¡ÁNDELE Y ÁNDELE!
por David Torres

 

Speedy González no volverá a correr como un minúsculo reguero de fuego con un pedazo de queso a su espalda. No porque lo haya atrapado ese gran gato imbécil y gangoso, sino precisamente porque, ante la imposibilidad de atraparlo, el gato se ha sacado de la manga no la ley de extranjería ni la inmigración ilegal, sino la corrección política, que es algo así como el antídoto de toda mala conciencia. Speedy ha sido censurado en USA por ser demasiado mexicano, es decir, por llevar un sombrero de mariachi cuando todo el mundo sabe que lo mejor en la Quinta Avenida es pasar desapercibido si quieres conseguir trabajo. En cambio, Speedy seguía cantando La Cucaracha, bebiendo tequila a raudales y tomando frijoles y tabasco en una época en que la marihuana, el alcohol y la comida picante están, hay que reconocerlo, muy, pero que muy mal vistos en ese país juicioso, dietético y libre de humos que es la tierra de los gringos.

Es posible que la primera vez que oí la palabra "gringo" fuese en uno de los capítulos de Speedy González. "Gato gringo, gato bobo" fue una de las tantas enseñas mitológicas de nuestra infancia, años antes de comprender, que, en boca de un ratón supersónico, eran sinónimos; que "gringo" era un despectivo, más o menos como el "payo" de los gitanos o el "yanqui" de los sureños, un epíteto que agrupaba a toda una raza y que intentaba contrapesar poéticamente todos los robos, las derrotas y las ofensas padecidas por un pueblo a lo largo de su historia. En los dibujos, Speedy se vengaba de todas esas injusticias gracias a la velocidad de sus diminutas patitas y al arte de su sonrisa invencible, mofándose siempre de ese gato negro, malvado y tontorrón donde estaba quintaesenciado el espíritu de su vecino gigante del norte. No me extraña que hayan censurado los dibujos de Speedy González en nombre de la corrección política y con la torpe excusa de que se trata de una parodia del carácter mexicano. Lo que me extraña es que Speedy haya durado tanto en las pantallas estadounidenses; que su grito de guerra "¡ándele, ándele y arriba, arriba!" haya estado sonando durante décadas en la televisión americana como lo que es, una consigna revolucionaria, un canto de los pobres contra los ricos y de los débiles contra los poderosos; que sus carreras arriba y abajo, a lo largo y a lo ancho de una frontera sutilmente sugerida mediante vallas, fábricas de queso y muros de ladrillos, hayan vulnerado tanto tiempo las mismas leyes de inmigración que prohíben el tráfico de esclavos y el paso de los espaldas mojadas. Lo que me extraña es que los guardianes de la paz y el orden mundial hayan tardado tanto en darse cuenta que de que el animal que mejor los representa no es un águila ni un león ni un oso, sino un torpe gato doméstico, analfabeto y capado, que se come los bigotes al hablar, que es incapaz de coger a todos los ratones que corren sueltos por el mundo, y que seguro que se atragantaría con una galleta.

No importa que lo censuren, Speedy González sigue corriendo; no importa que lo maten, Speedy sigue corriendo, trayendo de acá para allá el espíritu de revancha del Sur contra el Norte, de quienes perdieron una guerra que se llamó civil porque no pudo ser de independencia, de quienes perdieron Texas y Nuevo México y tantas otras tierras y tantos otros pueblos en nombre de las barras y las estrellas, de quienes perdieron todo, hasta el pedazo de queso que llevaban a sus espaldas al cruzar la frontera, huyendo de un gato hambriento y bobo y cenizo que afila sus uñas contra los huesos de su última víctima, pellizca sus bigotes y sigue canturreando, entre ratón y ratón, entre galleta y galleta, "Recordad El Álamo", "Recordad Pearl Harbor", "Recordad Manhattan".

No importa que lo entierren; Speedy resucita, libre como un abejorro, veloz como una bala, invulnerable como el caballo blanco de Zapata después del último tiroteo, inmortal como si fuese el espíritu mismo de Zapata y de Villa y de Madero y de tanto y tanto muerto ante un paredón y tanta y tanta muerte al aire libre, de frente, cara a cara, una muerte de mexicano, de pistolero, de perro, de osamenta tendida al sol del desierto mientras un ratoncillo travieso sale de la órbita de la calavera, le hace burla a la muerte, salta y corre -ándele, mano- escapa corriendo como fuego -arriba, arriba-, ardiendo como rabia, yendo y viniendo, siempre con la sonrisa en la cara, huyendo entre los agujeros de la red, los boquetes del muro, los balazos del paredón, las negras hendiduras de una historia que no se hizo para cazar ratones mexicanos.

 

DAVID TORRES

 

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BILLY WILDER In Memoriam
por David Torres

 

La muerte de Billy Wilder marca el fin de una época: con él se ha extinguido el último de los grandes representantes del cine clásico americano. En realidad, para la industria, Wilder había muerto a finales de los setenta, con la realización de su última película, "Fedora". Excepto John Huston, todos los grandes dinosaurios vivos no filmaron una sola cinta en sus años finales y no lo hicieron porque no lograron adaptarse al sistema que imperaba en los estudios. De hecho, premonitoriamente, "Fedora" contaba la historia de una actriz avejentada y retirada del cine que regresaba para hacer una última película y se enamoraba en la realidad del actor principal, un jovencísimo e ingenuo Michael York.

En realidad, Wilder había tratado el tema muchos años atrás, en una de sus primeras películas, "Sunset Boulevard", traducida wagnerianamente al español como "El crepúsculo de los dioses". ¿Quién olvidará jamás el monólogo incial de William Holden mientras flota ahogado en la piscina? ¿Quién olvidará el descenso paroxístico de Gloria Swanson en las escaleras que la conducen a la cárcel, a las sombras y al olvido? En la figura del director de cine retirado, enamorado de la actriz enloquecida y que por amor accede a convertirse en su mayordomo, Wilder concibió la más profunda y duradera diatriba que cineasta alguno haya dirigido contra su propio arte. Para colmo, además, eligió como actor encargado del papel nada menos que a Erich von Stroheim, uno de los mayores directores del cine mudo y el mayor talento artístico destruido por Hollywood hasta el eclipse inmenso de Orson Welles.

Como en Ford, como en Hawks, como en casi todos los grandes maestros del cine americano, el poder de Wilder residía en encontrar la sencillez dentro de la complejidad, en la capacidad de meter varias películas en una sola. ¿Jack Lemmon, alter ego de Wilder, era cómico o el hombre más triste del mundo? ¿Es "El apartamento" una comedia de costumbres, un melodrama o una sátira social? "Con faldas y a lo loco", para muchos la comedia más perfecta jamás filmada, arranca con la matanza del día de San Valentín. "La vida privada de Sherlock Holmes", la más melancólica reflexión que se haya hecho sobre la criatura de Baker Street, empieza como una comedia a dos voces sobre el tema de la homosexualidad y, con una sola frase, Wilder dirige su comedia por las oscuras aguas del drama, al preguntar Watson por el pasado amoroso del detective.

El cine de Wilder es la vida, porque tiene el sabor agridulce de la vida misma. Sus comedias son trágicas y sus tragedias poseen la resonancia del borracho que las cuenta de madrugada en un bar. La antiquísima argucia teatral de disfrazar a hombres de mujeres o de cambiar a unos seres por otros, unos destinos por otros (el gendarme que se transforma en chulo en "Irma la dulce"; la mujer que se prostituye en "Bésame, tonto", mientras la prostituta adopta el papel de la esposa) toma en su cine un pasaporte de mordacidad, inteligencia, desencanto y humor amargo que lo convierten en el más lúcido y lúdico ejercicio de nihilismo del siglo XX. Da igual el sexo, la apariencia o el dinero. Todo da lo mismo. Nada importa si has vivido con un saxofonista, si llevas el pelo teñido, o si no puedes tener hijos. Nadie es perfecto, Billy, porque no somos nadie.


 

DAVID TORRES

 

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CARTA acerca de la
VII Edición del Concurso "Todos Somos Diferentes"

por David Lago Gonzalez

 

Dña. Mª Luisa Gutiérrez
Vicepresidenta
Fundación de Derechos Civiles
c/ Salustiano Olózaga, 6 - 2º dcha.
28001 Madrid

Ref.: VII Edición del Concurso "Todos Somos Diferentes"

Estimada señora:

Con fecha de ayer lunes 25 de marzo de 2002, a un mes y cinco días del cierre del plazo de admisión de obras (martes 30 de abril de 2002), recibo la devolución del relato con el que pretendía participar en el concurso de referencia convocado por esa fundación. En el sobre recibido, además de las tres copias del relato, se incluía la plica abierta, una carta suya fechada el 22 de marzo de 2002 y las bases del concurso donde se me señala en rojo las razones por las que no se acepta mi participación. Quiero agradecerle el detalle de tal devolución.

Cito textualmente la nota de la plica motivo de la no aceptación de mi relato: "En caso de no recibir este cuento ninguno de los premios que se conceden, NO AUTORIZO SU PUBLICACIÓN. (Esto se debe a que una vez anterior participé en este certamen, editaron un libro con todos o una selección de los participantes y fuimos los participantes quienes tuvimos que comprar el libro si queríamos tenerlo, y este autor no paga por lo que escribe.)" Me repito ahora para que quede más claro: como explico en la plica (inicialmente en sobre cerrado), desautorizo la publicación de mi relato en un libro que, en una ocasión anterior en que también participé en el concurso --incluso en compañía de un amigo que también participó--, nos dirigimos al mostrador montado en Casa de América para obtener un ejemplar que suponíamos gratuito por haber participado y haber sido seleccionados y cuál no sería nuestra sorpresa (y también una cierta indignación) cuando nos dijeron que los únicos libros que se regalaban eran a los premiados (¡tres!), mientras que los demás teníamos que comprarlos (si mal no recuerdo, 1000 pesetas). Celebro mucho que tal despiste lo hayan subsanado a partir de la edición de 2001, como refleja en su carta, pero, como reflejo yo en la plica, me estaba refiriendo evidentemente a ediciones anteriores a ese año. Tal vez me equivoco, pero si la razón por la cual desautorizaba la publicación de mi relato ya había sigo corregida en el 2001, me parece que entonces no había motivo para no aceptar mi relato a concurso. Al respecto, cito textualmente su carta: "Los fondos obtenidos por la venta del libro suponen una mínima proporción del coste total, tanto más cuanto desde la edición de 2001, la Fundación de Derechos Civiles decidió regalar un ejemplar a los autores de las obras seleccionadas."

A continuación dice: "Le remitimos un ejemplar de las bases del Concurso, para que pueda leerlas con atención en aquellos puntos que no permiten aceptar su obra." Leídos con atención, no sólo los puntos señalados en rojo sino toda la convocatoria nuevamente, no encuentro ninguno que diga que lo que los ingenuos participantes suponemos como último punto (LA APERTURA DE PLICAS), sea LO PRIMERO que realizan los convocantes. Por tanto le agradezco que me haya enseñado algo nuevo. Y de paso me pregunto, ¿qué necesidad existe para hacer simular un concurso como "anónimo" cuando lo primero que se descubre es la autoría de los participantes? ¿Qué se busca: la calidad o la procedencia? ¿O simplemente es curiosidad?

Por último, valoro mucho el voluntariado en cualquiera de sus campos, pero créame también que sé de sobra el valor de la humillación de haber sido "tolerado" toda la vida en dos países distintos, porque el "tolerante" siempre se considera por encima del "tolerado" y, encima, hay que agradecérselo.

 

DAVID LAGO GONZÁLEZ

 

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ARTE DE ULTRATUMBA
por David Torres

 

La plastinación es una técnica para la preservación de cadáveres mediante la cual se eliminan grasas y fluidos, y los tejidos se conservan gracias a la inserción de un fluido plástico. La inventó Gunther von Hagens hacia finales de los setenta y, gracias a ella, se facilitaron enormemente los estudios anatómicos. Una vez plastinado, el cadáver queda convertido en una especie de muñeco articulado de juego de anatomía, con los músculos y las vísceras al aire, como ésos que nos regalaban de críos cuando nuestros padres intentaban obligarnos a estudiar medicina, sólo que a tamaño natural y con todos los detalles.

Ahora, los muñecos de Hagens (él prefiere llamarlos "especimenes") acaban de engrosar la interminable lista de esa entelequia conocida como "arte moderno". Una vez despojados de su utilidad, las momias plásticas han pasado de las aulas de anatomía a los museos, del mismo modo que trenes de vapor o armaduras renacentistas.

No será la primera vez que la muerte con mayúsculas pretende pasar por arte: hace muy pocos años, en Inglaterra, Damien Hirst ganó el prestigioso premio Turner por una obra llamada "Madre e hijo divididos", la cual consistía en una vaca y un ternero partidos por la mitad y suspendidos en formol. Siguiendo con las vacas, el director de cine Andrei Tarkovski roció a una vaca viva con gasolina y la prendió fuego en un afán de realismo a ultranza. En cuanto al arte mortuorio propiamente dicho, hay gloriosos antecedentes: están la guillotina, las ejecuciones públicas chinas y los descuartizamientos medievales, sin contar con la obra de artistas amateur, como Jack el Destripador, que convirtió a Mary Kelly en un picadillo macabro, o Jeffrey Dahmer, que, entre otras cosas, intentó fabricar un zombi inyectándole ácido por la oreja.

Aunque los eruditos del crimen replicarán que también el bueno de Ed Gein hacía dormitorios y lámparas con huesos desenterrados de cementerios, la diferencia radica en que Hagens trabaja con cuerpos muertos, lo hace en nombre de la ciencia y no sólo no ha ido a la cárcel, sino que se está forrando a costa del invento. Hagens intenta defenderse de las acusaciones de morbo diciendo que cada uno es muy libre de acudir o no a la exposición itinerante de especimenes, pero que, una vez dentro, los visitantes empiezan a reflexionar. Me imagino que frente a un par de globos oculares que te miran desde la nada, no debe ser nada difícil ponerse a reflexionar, e incluso será inevitable recordar ciertos tópicos medievales, como el memento mori o el carpe diem. El noventa por cien del arte contemporáneo se lava las manos y trata de meter la pelota en el tejado del espectador. También enchufar la tele y contemplar un anuncio de sujetadores, un debate de subnormales a medianoche o un bombazo en Israel, invita a la reflexión, pero eso no significa que, necesariamente, de esa reflexión emerja la catarsis o ese ligero estremecimiento del vello de la nuca que Nabokov identificaba con la emoción artística. Los fusilamientos de Goya no son una masacre, sino un cuadro. Los dibujos anatómicos de Da Vinci no son carnicerías post mortem, sólo dibujos. Esto no es una pipa. ¿Cuántas veces habrá que repetirlo?

 

DAVID TORRES

 

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RAMON GAYA Y LAS MISIONES PEDAGÓGICAS 1933-1937
por Ignacio Argüelles

 

En aquel entonces, los intelectuales más progresisitas se dedicaban como cualquiera sabe a "defender la cultura", a ponerla a disposición de todo el mundo, liberandola -pretendiendo liberarla- de su condición clasista. En estos años Gaya ya había vuelto de París donde se sintió profundamente desilusionado con el conocimiento y trato personal con el mundo artístico de la época, Picasso incluido.


Esto, entre otras cosas, le impulsó a regresar precipitadamente a madrid en el año 1933.
En aquellos años de las Misiones Pedagógicas quienes recorrían España de punta a punta -Gaya se incorpora gracias a su amistad con Rafael Dieste y Antonio Sánchez- aprendieron que la cultura no la defiende quien se siente su particular depositario, sino aquellos que, mejorados por su riqueza, tratan, en función de su inexcusable afán solidario, de mejorar gracias al más puro de los contagios a quienes carecen de ella. Es decir , lo que Ramón Gaya aprendió -cosa más importante de lo que parece-es que la cultura "salva" a los que la siembran de una manera humana y viva, y "pierde" -aunque ello sorprenda en principio a cultos e ignaros- a quienes humillan a sus destinatarios (sin pretenderlo naturalmente) por convertirlos en idólatras de unos valores que únicamente como beneficiario es legítimo defender.

Gaya desde que en 1933 se incorpora a las Misiones -hace ya dos años que funcionan- se suma al Museo Circulante que la organización lleva por los pueblos. Este Museo está a cargo de Enrique Azcoaga. Consistía el Museo en un conjunto de copias de Berruguete, Sánchez Coello, Ribera, Zurbarán, El Greco, Velázquez (para alegría de Gaya) y Goya. Cuando llegaban a un pueblo instalaban su Museo en los sitios más insospechados, incluida la escuela, si la había y el maestro les dejaba. Empezaba la "visita" al Museo con una explicación a cargo de Azcoaga, de la historia del cuadro. El último día ponían diapositivas de obras más modernas.
Cuenta algún "misionero", en sus inéditas memorias, que Luis Cernuda se solía presentar en estas charlas "muy atildado, con guantes, y correcto". Además en los últimos viajes usaba monóculo. Así iba Cernuda por la España profunda. Pero no tengamos una idea equivocada de Cernuda; no. Asesorado por María Moliner se ocupaba de la Biblioteca Circulante y hasta Marzo de 1937 se habían creado 5.522 ! Bibliotecas fijas por España; y el Museo Circulante había llegado 178 localidades dejando copias de las obras expuestas.

Además de la responsabilidad compartida del Museo Circulante gaya tenía a su cargo una sección interesante. Este impartía unas charlas sobre la vida medieval, casi siempre referidas al lugar donde estaban. Estas charlas iban acompañadas por dibujos improvisados que después regalaba o guardaba "según le pareciese".

Se hizo una Misión a Salamanca y asistió Miguel de Unamuno. Se intentó organizar a los universitarios salmantinos. La idea no cuajó. Cuando Azcoaga y Gaya le contaron a D.Miguel que una zamorana les había obsequiado con tres huevos, Unamuno les dijo que esto era una invención suya. A Don Miguel le costó mucho creer en la eficacia con el pueblo.

Esto de Las Misiones Pedagógicas, incluso para los que participaron, se ha convertido, sin quererlo nadie, en algo así como en una leyenda. Pero es normal. Pongamonos en situación de lugar y protagonistas.

Esquivias, lugar manchego.

Casona cuenta en sus memorias: "Un día me dijo el maestro Cossío:"Habría que escenificar para nuestro teatro ambulante (Las Misiones tenían teatro ambulante) algún capítulo del Quijote". Antonio Machado apuntó certeramente:

"Los juicios de Sancho, además de malicia y donaire, tienen ese sentido natural de la justicia inseparable de la conciencia popular". Casona adapta el capítulo, se crean decorados que dibuja Gaya y Machado hace un papel en la obra resultante. Así es imposible que no nazca una leyenda. Gaya no se ha sentido justamente reconocido en España, tiene razón. Además según declaraciones suyas "no le gusta el trabajo que realizan sus colegas más jovenes". A mi tampoco, pero eso es otra historia. En esta sólo me queda mi más sincera y modesta felicitación por el Premio Velazquez.¡Quien mejor para recibirlo!

 

IGNACIO ARGÜELLES

 

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