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    quince primavera

PORTADA :: EL HILO ::  EL LABERINTO

 

Todas la claves y el símbolo 

VersO

 

los bisabuelos/salmo 44
por Jesús Urceloy

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de regreso a la tierra
por Osvaldo Navarro

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elevolución
por Ivanovich Torres Figueroa

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pasión del mar
por Norma Quintana Padrón

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kawakami shi
por Rafael Pérez Castells

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ayer hablarte de tristeza...
por Raúl Pozo

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cuba
por Manuel Camacho Higareda

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palabras/cincel/cálido
por Miguel Ángel Ontanaya

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personal
por Anfisa Osinnik

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Nostalgie
por Phally Nguon
(traducción de LOVAT)

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Los mismos pies, las mismas manos
por Manuel Rodríguez Díaz

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Cambios
por Pilar Salas Tapia

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La vendedora ambulante
por Alfredo Lope
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La firma
por Ivanovich Torres Figueroa

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fotografías de Javier Gomá

 


 

TRES TIEMPOS
tres reseñas por LOVAT

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LA BOLSA DE PIPAS
Revista Literaria bimensual.
Marzo de 2002. Nº 31

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Apsley Cherry-Garrard
EL PEOR VIAJE DEL MUNDO
La expedición de Scott al polo Sur

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anónima
Asociación Cultural Poeta de Cabra
Marzo de 2002. Nº 1

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¡ÁNDELE Y ÁNDELE!
por David Torres

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BILLY WILDER In Memoriam
por David Torres

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CARTA acerca de la
VII Edición del Concurso "Todos Somos Diferentes"
por David Lago Gonzalez
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ARTE DE ULTRATUMBA
por David Torres

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RAMON GAYA Y LAS MISIONES PEDAGÓGICAS 1933-1937
por Ignacio Argüelles

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m2gh34·inicio

 

los bisabuelos
por Jesús Urceloy



Teodora cumplió 16 en Septiembre,
e Isidro Sebastián 32 en Octubre.
Con los primeros fríos, de negro y por amor
se casaron en Ávila. Era el último año
del siglo XIX.

Sobre las mismas fechas
en el Bajo Aragón, Fermín y Magdalena
entregaban un hijo al mundo. Hubo que darle fuerte
para que al fin llorara. Le pusieron
Manuel Jesús, como los dos abuelos.

Teodora a los diez años tiene aún el cabello
rubio y las manos suaves, Isidro no se explica
porqué el recién nacido, que hace el número seis,
no se le muere y grita con la luz del candil.
No puede ser su hijo tan pequeño, tan flaco,
si Dios lo quiere vive, Francisco, esta es tu madre.

Hoy, cien años después de aquella boda,
puedo creer que fue verdad, que tuvo
que ser verdad. Verdad que Teodora
dejó catorce hijos, y que murió muy vieja,
y que Isidro la amó hasta la última lágrima.
Verdad que Magdalena y Fermín un otoño,
con un cesto de ropa y un hijo a las espaldas
cruzaron los Monegros
a pie con la esperanza de un trabajo
y después si Dios quiere una casa, una casa.

Tuvo que ser verdad, como el vino y la leche
que han herido sus labios,
como la tierra humilde que hoy los cubre
.



salmo 44


Para Jesús Magán, que es un corazón valiente y lleno de remendones y para Begoña Moya, que es un árbol de playa inmensa.


Los cuerpos son como árboles.
A veces el viento los alza, los hace viento suyo, los hace
de su boca,
-porque a veces el viento es una boca que besa hasta muy
dentro,
que besa suicida
hasta la raíz del beso,
hasta la misma hez del beso-
y otras el viento es huracán, los desplaza y los rompe.
Los rompe y entonces no deja esperanza,
no deja un asidero donde amarrar la boca,
no deja una palabra que signifique,
una voz que olvidar,
una voz...

Si tu cuerpo –amor mío- fuese un árbol,
tuviese un parecido a un árbol en lo alto de una playa,
en la altura de un monte junto al mar,
yo quisiera ser viento que en ti me deshojara,
yo quisiera ser beso que en ti me hincase a fondo,
hasta la hez, raíz, hasta el filamento primero de la tierra:

para allí ser yo mismo árbol húmedo y solo,
desde el pie al corazón, a los ojos, al agua,
-árbol yo y tú viento-
hasta el olvido tú, yo, tan enemigos,
tan enamoradamente enemigos,
hasta que los hombres, todos los hombres y todas las
cosas de los hombres
se echasen mar adentro,
hasta el fondo del mar, hasta la misma envidia.





 

Jesús Urceloy
(Madrid, 1964)   E-mail: urceloy@teleline.e


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m2gh34·fin

 

 

m2gh35·inicio

 

de regreso a la tierra
por
Osvaldo Navarro

 


He vuelto a este lugar
como el venado vuelve...
oteando el sitio en donde fue espantado.

Aquí en esta sabana,
enferma de erosión,
estuvo aquel bohío en que mi madre
me lanzó una mañana a la intemperie,

y el marabú agresivo
apuntaló de espinas una infancia
que ahora se precipita
desde las mil hincadas que sanan en la carne.

El sol restriega lento en la mañana,
su pañolón redondo
que se desdobla en cuadros,
seca con suaves toques las gotas de rocío.

El capullo del día
comienza a abrir su flor desparramada.

Me detengo y escucho.

Con el rumor de abejas y de pájaros
llega el ruido vital de las raíces,
su forcejear profundo
de nervio muscular
que no se pudre nunca.

Con paso lento recorro la distancia
de mi actual estatura.

Me busco en cada árbol.
En los objetos viejos que saltan con mis botas
—residuos de botellas, de platos donde un día
comí la gran tristeza, de piedras de amolar
la desconfianza—.

Todo esto era yo.
Pero no soy quien vuelve.

Mi origen es la tierra.
En su humedad revienta la semilla
que nace en mi memoria.

Mi herencia
no se repliega desgarrada al centro,
sube a mojar la cal,
suda, germina, nace.

Tierra noble de mis uñas,
de mi cuello y mis orejas,
de qué infinitas madejas
sale este cielo que empuñas.

Palo de todas las cuñas
con que se encaban los sueños.
Vienes con aires risueños
como una gran muchedumbre
que parte a subir la cumbre
en donde todos son dueños.

La tierra ya no sufre.
No son los pozos ciegos de la noche
los que se abren súbitos
bajo los pies del niño
que va a orinar al patio.

Ya los muertos no salen:
jinetes sin cabeza
que galopan sin rumbo por la noche,
yaguas ahorcadas en los júcaros.

No regalan tesoros enterrados
las luces
que ruedan circulares
hasta el tronco de las ceibas antiguas.

A la sombra de un árbol me he sentado.
El colapso del día es a esta hora,
Cuando el sol se detiene
al centro de los pechos
y no late ni el viento en el ramaje.

Como un coro de claves partidas
el reseco pito de las chicharras
vibra en el mediodía con ronca lentitud.
Hasta que el sol rompe su inercia
y se reanuda el ritmo.

Me levanto.

La llanura no puede recortarse,
nadie podrá llevársela
si no es con estos ojos.
Me asomo a su paisaje
y es el susto de un pájaro
que de pronto recobra sus alas
y al hacerse,
en un súbito golpe hacia el vacío,
se ve volando ágil.

El llano es una foto impresa en la memoria.

Quien la toque
no rompa su horizonte,
no tache con disparos sus palomas.

La tarde va subiendo hacia la tarde
que otra mañana apunta.
Sigo y me incluyo en ella.





Osvaldo Navarro, (Las Villas, Cuba, 1946).
Poeta, narrador, periodista y profesor. Ha fundado y dirigido importantes revistas en Cuba y México. Autor de la exitosa novela El caballo de Mayaguara. Entre sus numerosos libros de poesía publicados se encuentran: De regreso a la tierra (1974), Los días y los hombres (1975), Espejo de conciencia (1980), El sueño de ser grande (1981), Las manos en el fuego (1981), Nosotros dos (1984), Combustión interna (1985), Clarividencia (1989), Xabaneras (1996) y Catarsis (1999).

 

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m2gh35·fin

 

m2gh36·inicio

 

elevolución
por Ivanovich Torres Figueroa



Elévame,
elévame más,
contágiate.

Elévame, elévame más allá,
eleva el espacio, contágiame.

Elévate, levita,
elévame.

Elévame y eleva los
levantes.

Elévame, elevoluciona,
elévanos.

Eleva, elévame,
descanso elevado, más,
alcánzame.

 

Ivanovich Torres Figueroa (Guadalajara, México)

 

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m2gh36·fin

 

m2gh37·inicio

 

pasión del mar
por
Norma Quintana Padrón




Prófugo de la arena, el mar
regresa con cuerpos desolados.
El amor de las olas sabe a medusas,
hay una sirena extinta para cada marino
y un grano de sal sobre su pecho.
Sin tregua, el mar siempre regresa,
a decir su aventura entre escozores
que se varan junto a los adolescentes.
Agua condenada, sonámbulo de horizontes tendidos,
son su pasión los muertos y las horas.

 

 

 

Norma Quintana Padrón (Pinar del Río, Cuba, 1956).
Se licenció en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana, en 1980. Reside en México desde 1992, y desde 1993 se desempeña como investigadora en el Instituto Quintanarroense de la Cultura. En 1991 la editorial Abril, de La Habana, publicó su libro de poemas Exodos. En 1994 su libro de ensayo La muerte en la poesía de Nicolás Guillén fue publicado por entregas en el diario Por Esto! de Quintana Roo. Sus poemas aparecen en antologías de Cuba y México: Jugando a juegos prohibidos (1992), Llevarte del brazo (1992) y Poesía selecta de Cancún (1995).

 

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m2gh37·fin

 

m2gh38·inicio

 

kawakami shi
por
Rafael Pérez Castells


este instante existirá, de ahora en adelante, existirá, hasta el final.

Alessandro Baricco


Dos manos unidas en la tierra
se separarán como arena cuando llegue la sequía.

Dos manos unidas en el fuego
se dañarán eternamente.

Dos manos unidas en el agua
siempre se encontrarán húmedas.

Dos manos unidas en el aire
nunca más podrán volar solas.


            ***

Sabíamos los dos nuestro deseo,
aunque yo conociera sólo el mío
y tú el tuyo
y así, de esa manera,
nunca nos encontrábamos.



            ***

Me venciste con besos traicioneros en la espalda,
trazaste un manantial y un río bajo mi cuello
del que me brota un agua que diría sangre de un nuevo corazón.


        ***

Entraste con tu lengua
y diste a los sonidos
la humedad del agua.


        ***

Choto-mate, despacio, choto-mate, llévame por la corriente
de ese cálido río que desborda tus manos.
Deja algo para luego, no lo quieras todo
esta primera noche.

Deja que flote lentamente
que tarde la rutina en alcanzarme.


        ***


Llevo trescientos sesenta y cinco besos en mi espalda
y en mi mano el guante del arquero que tensa tu cuerda.
hay dos princesas en tus labios
que beben el sake nuevo y escriben poemas.
           

         ***

Quedaste en el andén
y después sólo ha vuelto tu palabra
hoy amo los teléfonos
porque me traen tu voz.

 

 

Rafael Pérez Castells (Madrid, 1955)

 

 

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m2gh38·fin

 

m2gh39·inicio

ayer hablarte de tristeza...
por
Raúl Pozo



Ayer hablarte desatarte la tristeza
era vaciar los armarios desordenarlos
buscar nada que sacar devolverlo
adentro todo -alargar la vigilia-.

Era lijar pulir pomos herrumbrosos
era hablarte ayer mirarte a los miedos
revolver la ropa de invierno era
ayer un no sé qué muy lento todo.


Raúl Pozo (Palencia, 1980)

 

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m2gh39·fin

 

m2gh40·inicio

cuba
por
Manuel Camacho Higareda

 

I


Como eterna en ti misma.
De ese mal no te alivia
La espuma ni el castigo
Del muro, pues no olvidas.
Los amigos, en cambio,
Hurgan en tus entrañas,
Pero te dan por hecha.



II


Yo no sé qué soy de ti,
Siempre escapas a mi fuerza.
Un índice calcinante
Me declara en mar abierto
Culpable ¿Cuál es la pena
Para quien remueve el plancton
A golpe de lengua y glotis?



III


He bebido de tus aguas
Y comido de tu tierra
Y ahora soy tu mudo manifiesto.

Así como llegué
        Sin huella
Hoy digo
        Sobre ti
Aquello que no he aprendido.



IV


Me aflige la aflicción.
Los caminos se pueblan
De letanías.
Es la fe peregrina
En torno a una efigie
Que calla,
Que prueba el rumbo
De los otros,
Cree,
Y muere con ellos.



V


La verdad es mucha.
Vuelvo el rostro hacia el Caribe,
Inmenso como argumento
Para mi hermandad de tierra.

En esta orilla, sordera adentro,
Declaramos la gracia
De llamarnos vivos.
Pero la verdad a cuestas
Nos prueba con temor y sangre
Y nos mata
La intimidad
Conquistada.



VI


Eres una verdad sin más origen que la fe.
Tocas la Historia como tocar anhelos
Y desatas el fuego en las entrañas
Del laberinto donde no se compran extravíos.



Manuel Camacho Higareda, (Ciudad de México). La raíz familiar le permitió abundantes vivencias de la infancia compartidas con Tlaxcala. Desde hace tres lustros se aquerenció en esta tierra que le dio un gran sentido de pertenencia e identidad. Es licenciado en Lingüística Aplicada y Maestro en Educación Superior. Dos publicaciones colectivas cuentan en su haber: Pasto Verde (Orizaba) y Pléyade III (Buenos Aires), además de varias colaboraciones con diarios de su entidad. Recientemente apareció su primer libro de poemas Vocación terrena, bajo el sello de la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

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m2gh40·fin

 

m2gh41·inicio

 

palabras
por Miguel Ángel Ontanaya

 

Palabras
hechas de fuego,
aladas saetas sonoras,   
       finos
            estiletes
                      agudos,                
            penetran el pensamiento,
y algunos tentáculos finos                        
corren fugaces por la piel deseosa.
Palabras hechas
para ser dichas entre otras paredes                                        
                                         decoradas,                                        
                                                       sahumadas,                                                                         adornadas    
de desnudeces.

 

cincel

Con el cincel   
de nuestra lengua                        
esculpimos besos.                                        
Beso a beso,                        
de leve piedra           
en un sólo cuerpo.

Cada palabra                        
nombrada,                        
cada beso,                        
es fino                            
        hilo                            
           que teje un arco                            
                             iris                
de complicidad.

 



cálido

Cálido,
umbrío, mudo chirrido de pieles,
rabioso el deseo.

Gozoso lamento
encadeno mi labio
a la columna de tu cuello.

Descenso,
descanso
sobre la tierra,
vientre eterno.

 

de "Curtida piel soñada"

 

Miguel Ángel Ontanaya (Alcalá de Henares)

 

 

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m2gh40·fin

 

m2gh41·inicio

 

personal
por Anfisa Osinnik

 

Mi mundo hemisférico,
mi femenino,
mi izquierdo,
entre complejos de porquería
y de reina.
Y tu mundo derecho,
y tu mente
global de Edipo...

 

******************************

 

Se cambia la manzana de Eva,
con la putridez de Eva,
con la depravación de Eva,
por la flor safírica de
hermafrodita,
la flor
imposible...

 

 

Anfisa Osinnik, nació en Siberia, estudio en el Instituto de Literatura Máximo Gorki de Moscú, desde 1988 vive recluida en el bosque lluvioso del Cofre de Perote, Veracruz México. Dos publicaciones colectivas cuenta en su haber: Pasto Verde (Orizaba) y Pléyade III (Buenos Aires), además de varias colaboraciones con diarios de su entidad. Recientemente apareció su primer libro de poemas Vocación terrena, bajo el sello de la Universidad Autónoma de Tlaxcala

 

 

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m2gh41·fin

 

m2gh42·inicio

 

nostalgie
por Phally Nguon



Les brises de l’avant-mousson jouaient avec ses cheveux bleu-nuit,
Sa tunique couleur terre-d’ombre flottait encore sur les quais
Quand je me retournai une dernière fois pour le contempler
Les rizières défilaient devant moi, dragons verts endormis

Dans ma main, une ipomée grillée, au parfum boisé-sucré,
Qu’il avait achetée à cette marchande au sourire édenté
Et cet air chaud et humide qui lentement m’enveloppait
Au gré du bercement saccadé et du souffle haletant du train

Quand soudain le goût salé des larmes me rappela la fin
D’une histoire qui trop souvent s’achève sans lendemains
Dans les pages de mes souvenirs , des photos de moi
Seule au milieu de ces paysages et ces forêts de bambous

Sans lui, mais pas tout à fait
Car un sourire, un regard croisé sur un sentier bruissant de grillons
Chantant sans orchestre, allégro-pianissimo
Et son image me revient : c’est lui

Une démarche qui n’appartient qu’à lui,
Un air qu’il aime fredonner,
Des accents chauds sur des yeux brun-amande
Sa présence me poursuit : il est là

Je me surprends à suivre une silhouette familière
Dans cette mer de chapeaux coniques qui m’encercle
Revenant dépourvue de cette allure fière
Naufragée de ma quête sans lui

Je dépasse avec espoir un effluve
D’un parfum aux notes de cœur boisé-sucré si troublant
Que je me retourne à mi-chemin, palpitante
Sur une tunique couleur terre-d’ombre
Au visage sans nom

 

Phally Nguon (París, Francia)


“NOSTALGIA” DE PHALLY NGUON. Tradución LOVAT

 

Las brisas del monzón jugaban con su cabello azul nocturno;
su túnica, del color de la tierra umbría, flotaba aún sobre los muelles
cuando me volví por última vez para contemplarlo.
Los arrozales se deshilachaban ante mí, como verdes dragones
       dormidos.

En mi mano, una manzana asada, con aroma de madera dulce,
que él me había comprado a aquella vendedora de sonrisa desdentada,
y el aire cálido y húmedo que lentamente me envolvía
a merced del lento bamboleo y del aliento jadeante del tren.

De repente, el sabor salado de las lágrimas me recordó el final
de una historia que termina, tan a menudo, sin un día siguiente,
en las páginas de mis recuerdos, entre mis fotos
sola en medio de estos paisajes, de estos bosques de bambú.

Sin él, pero aún abierta,
porque basta una sonrisa, una mirada al sendero en el que chillan
       los grillos
cantando sin orquesta, allegro–pianissimo,
y su imagen vuelve: es él:

un modo de andar que sólo a él pertenece;
una melodía que suele tararear;
acentos cálidos en unos ojos oscuros y almendrados.
Su presencia me persigue: él está ahí.

Y me descubro siguiendo una silueta familiar
en el mar de sombreros cónicos que me rodea,
despojándome de mi paso firme,
naúfraga de mi búsqueda sin él,

y atravieso con esperanza el efluvio
del perfume, amaderado y dulce, de un corazón, tan turbador
que me vuelvo a medio camino, palpitante,
hacia una túnica del color de la tierra umbría,
hacia un rostro sin nombre.

Phally Nguon (traducción: Lovat)

 

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