Péndulo en posición i

La Frecuencia Pendular

 

"Luego, el príncipe tiró del pequeño lazo obligando a Bella a quedarse de puntillas. Su cuerpo se estiró; parecía ponerse más tenso y al mismo tiempo más hermoso, con las nalgas y los pechos tiesos. Los músculos de sus pantorrillas se estiraron, la mandíbula y la garganta formaron una línea perfecta que descendía hasta su seno cimbreante."

El rapto de la Bella Durmiente (1993)
Anne Rice

 

La frecuencia ILa frecuencia IILa frecuencia ILa frecuencia IILa frecuencia ILa frecuencia II

LA FRECUENCIA PENDULAR O CONVERSACIÓN EN EL CAFÉ. Versión 2.0. Pormenores aparte, paseos, museos, cines, cenas, copas, arrumacos y besos, noche del viernes y con el sábado y el día del Señor en perspectiva, aparecieron ambos amantes en la casa del interdicto, un ático de techos altísimos sin paredes y con biombos, y una única habitación cerrada que contenía un pequeño lavabo, un pulcro bidé y un sencillo inodoro. El resto, un vastísimo cuarto de distancias y horizontes, hallábase comulgando en ajedreces, anemómetros, un lecho circular, estanterías que medio rebosaban en manuscritos, novelas y obras de consulta, mesas disparatadas, canapés, sillas de diseño, el gong de la RKO Pictures, alfombras persas y la historia general de la pintura en un desorden que amortiguaba ventanales, cortinajes y paredes. Aunque lo que sorprende es la profusión de raíles, ganchos y poleas, eléctricas o manuales, de los que penden lámparas, faroles, fanales, cables, cuerdas, cadenas, barras y troncos en diversidad de longitudes y grosores con que el techo universal de aquella estancia veíase poblado.

 

No se conocen(I) cuáles fueron los términos exactos ni qué diálogo desarrollaron aquellos dos seres cuando el correspondiente al sexo femenino descubrió –hay que declarar que nunca ocultos- entre aquellos badajos, ciertos utensilios que si bien no habían tenido símil en la variada vida real ni imaginaria de la heroína, no podían obedecer sino a sustantivos tales como esposas, grilletes, muñequeras –en toda textura y material- y otros artilugios que vulgarmente acuden a la boca para paladearse como cinchas, látigos, cinturones, correas, mordazas, pinzas, argollas y aretes.

 

"¿Me pegarás?" "No, no te pegaré". "Sí, que yo lo sé, me pegarás". "No, ya te lo he dicho". "No te creo". "Créeme". "Bueno, pero no me dejes marcas". "De acuerdo". "¿Lo ves? Me pensabas pegar". "Mira, haz lo que quieras, quédate o vete, me da lo mismo". "O sea, que no te gusto". "Me gustas mucho". "Pues me quedo". "Desnúdate". "¿Así, sin más?" "Sí, así, sin más". "Eres un guarro". "Sí, lo soy". "Bésame".

 

No sólo la besa. La cuelga –esposada en cuero- de las muñecas, por medio de un gancho adscrito a una polea eléctrica de un raíl del techo, próximos a un Matisse encantador y un Delacroix impresentable, que bordean un Tapies de abucheo y un móvil bastante inestable de Miró. Y allí, con sus manos alzadas, primero la está pellizcando con mucho tacto ambos pezones, luego le hace un sugerente masaje en los glúteos con una palma de metal –golpes secos y distantes que calientan más que duelen-. Después, y abriéndola de piernas, le cena su sexo con una sabiduría casi femenina que sustrae a la pendulada varios retortijones esclarecedores y absolutamente inequívocos, y acaba el condumio, tras haber colocado de nuevo aquel cuerpo ondulante a la altura precisa –la maquinaria eléctrica susurra un deslizamiento casi voluptuoso- con el guarro frotando su excitación en las plantas de los pies de ella, los cuales ha ungido previamente con aceite de oliva y ha unido con unas cintas de satén por los tobillos y los dedos gordos respectivamente.

 

"Pues así me tuvo casi dos horas más". "¡Qué barbaridad, dos horas!" "O tres". "¡O tres!" "No veas". "¿Y eso?" "Pues que no estaba convencido". "¿De qué?" "De mí". "¿De ti?" "Sí, de mí". "Explícate".

 

Pues –dícese que dijo la aludida a la confidente- que él supuso que ella le había engañado. Que había simulado –puede que por terminar cuanto antes el circense y pendular numerito- y que él no estaba dispuesto a pasar por alto tales obras de caridad. Que tras años de experiencia y muchas y comprobadas lecturas había constatado que las señoras, si arquean sus pies hacia delante, poniendo los dedos en puntillas como queriendo alcanzar el infinito, entre los alaridos y berreos del supremo instante, certificaban de esa manera la verdad, la exactitud de sus acciones. Y que él, bien por la emoción o bien por un descuido nada disculpable, no había observado con el detenimiento preciso tales acontecimientos. En fin que no pensaba bajarla hasta una segunda y definitiva certificación de tales sucesos.

 

"No entiendo, entonces, cómo pudiste estar tanto tiempo colgando si ya lo sabías". "No: eso me lo dijo después". "¡Vaya!" "Y tan vaya". "¿Entonces, qué te hizo?" "De todo, de todo, no puedes hacerte una idea". "Chica, me dejas alelada". "Es toda una caja de sorpresas: no sé lo que tendrá preparado para hoy". "Así que..." "Sí". "Pero..." "Bueno, me voy, que no quiero llegar tarde". "Y yo que pensé..." "Adiós, pago yo los cafés". "Muá". "Muá". "Nos llamamos".

 

Y ella, la otra, desde la mesa, dice adiós con los ojos mientras deja caer –resbalar- la cucharilla en su café, rompiendo por pura inercia las fuerzas de la pendulación, la frecuencia del roce. Cumpliendo las leyes gravitatorias que otra vez siguen determinando el transcurrir de su vida, sus movimientos, sus acciones. Sin disimulo(II) pero con esa precisa dejadez, esa delicadeza firme que toda mujer sabe hacer gala en público, baja su mano hacia sus pies cruzados bajo la silla. Deja posar sus dedos –pendulando- en cada uno de sus tobillos, donde dos cadenitas de plata no pueden –o no quieren- disimular otras dos marcas rojizas en la piel que los delatan, que los envuelven.

 

El reloj de pared junto al mostrador da las nueve. Nadie se ha vuelto para ver -izquierda–derecha, izquierda–derecha- la inmarcesible, la cotidiana frecuencia del péndulo.

 

La frecuencia IILa frecuencia I

 

(I) Es decir que bien por el ruido ambiente o por la discreción tonal de la voz de la interlocutora no se pudo percibir el completo contenido de la narración, pero como se demuestra en este y otros párrafos de pura prosa, tampoco fue óbice para deducir los respectivos contenidos.

(II) Y cerrando los ojos y sonriendo, en este orden, casi simultáneo.

Péndulo en posición i+180°

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